¡Qué diferencia!

Suele decirse que Uruguay y Ecuador son los dos países más pequeños de Sudamérica y eso es verdad, pero excepto la semejanza de superficie territorial, si bien se considera, ambas naciones son diferentes en muchísimos otros aspectos, desde la composición racial, las actividades económicas, hasta las peripecias históricas y, ahora, de manera superlativa, los personajes que se hallan a la cabeza de sus correspondientes Estados: José Mujica, en el caso uruguayo, y Rafael Correa, en Ecuador. Incluso para marcar las diferencias, baste recordar que una conocida revista británica de temas políticos, no trepidó en sostener que hoy por hoy, Mujica puede ser juzgado como el mejor gobernante entre los países del mundo. Un juicio de esta índole siempre está mezclado con factores subjetivos de variada índole, pero que Mujica revela rasgos muy singulares, resulta evidente, como si todo su robusto corpachón rezumara originalidad por todos los poros corporales.

De hecho puede parecer que signos exteriores, como el uso de un viejo automóvil Volkswagen o el lugar donde reside, una quinta situada hacia las afueras de Montevideo, fueron los más espectaculares, pero no es así. El uruguayo se forjó en medio de la dura lucha, no de palabras ni de simples oropeles, cuando su país afrontaba durísima crisis de los años sesenta y setenta del siglo anterior, que diera origen al grupo de guerrilla urbano, conocido como de los ‘tupamaros’, por lejanísima reminiscencia de un caudillo libertario que vivió y murió en las postrimerías del Régimen colonial español.

Militante de la guerrilla, fue reprimido por las fuerzas del orden y debió templar sus recuerdos y alentó muchos de los principios que inspiran su filosofía de la vida en la época actual. Nada más lejano para él, que la torrentada verbalista e incluso los discursos de barricada, porque las auténticas ‘revoluciones’ no tienen nada que ver con la incontinencia fraseológica, así como están distanciados años luz de los secretos de la etiqueta, las costumbres de la diplomacia formal y el aparato de seguridad sofisticada, cuya necesidad no acaba de aceptarse por todos los criterios, ni las triquiñuelas ingeniosas pero nada más, de la propaganda, que pretende imponer la uniformidad de conductas, la aceptación sin crítica de prejuicios vueltos casi en dogmas y las decisiones al emitir el voto ciudadano.

Y justamente, a propósito de los sufragios generales, estamos a las puertas de dos procesos cuya significación no puede ponderarse más: las elecciones en Venezuela y también dentro del Ecuador. Unas y otras van a tener los más profundos efectos sobre los pueblos sudamericanos, ya que corresponden a los países exportadores del petróleo crudo.

Y acerca de Uruguay, se ha revelado que por una de esas incomprensibles veleidades generales, más bien Mujica es ahora quien ha perdido terreno en las encuestas y preferencias de las multitudes.

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