La responsabilidad central de un gobierno es gobernar, pero también gobernarse. Sin lo segundo, lo primero se vuelve equívoco, débil, vulnerable y termina siendo un fracaso. Esto es lo que ha pasado con la administración de Lenín Moreno en su gestión.
El combustible principal del mandatario, distanciarse de su antecesor y exponer su legado como el fraude histórico que fue, se agotó y no hay reservas a la vista. Lo dicen las encuestas y se percibe en las calles y en redes sociales. Moreno es la cabeza de un gobierno que se proyecta sin mayores ambiciones y con una evidente falta de coordinación y combustión interna. Tiene una personalidad difusa y ha rehuido por incapacidad o miedo a la posibilidad proponer lo que en su momento tuvo “timing”: un acuerdo nacional sobre temas relacionados a democracia, lucha contra la corrupción y economía. Por eso, la aprobación a la gestión morenista viene cayendo, igual que su credibilidad, según lo indican las encuestas. Perdió su capital político por inercia y falta de gobernanza interna, no por tomar medidas o iniciativas audaces, controvertidas o duras.
La gran cirugía contra la corrupción no fue tal y la apuesta por la transparencia quedó trunca, igual que el impulso y el reajuste a la economía.
Frente a los actores sociales y políticos afines o de oposición, el gobierno morenista no ha proyectado una estrategia clara ni fuerza negociadora. La situación enciende alertas. En economía se ha preferido patear la pelota hacia adelante, dejar para el futuro un posible agravamiento de la situación por la alta carga de deuda, el incremento del desempleo y las malas perspectivas de inversión y crecimiento.
En materia política, se está sirviendo la mesa para el regreso de ofertas populistas u oportunistas en un marco institucional todavía contaminado de correísmo.
Ciertamente no se pueden negar cambios y avances saludables para la democracia en varios frentes, si tomamos como punto de partida lo legado por el anterior gobierno. Libertad de prensa y opinión, clima de tolerancia y acciones judiciales independientes, son hechos relevantes.
Lo mismo, es el destierro político, quizá para siempre, del ex gobernante que pasó a la historia como un farsante por su deshonestidad intelectual, autoritarismo y presuntos delitos que podrían llevarlo a la cárcel. Los seguidores del correísmo, quienes son sordos y ciegos frente a las contundentes evidencias de lo que fue la administración pasada, mantienen una presencia marginal, y eso es incluso saludable en democracia. Lo contradictorio y poco tolerable es que quienes fueron parte de ese pasado, con claras dosis de complicidad, sean todavía colaboradores de alto nivel del gobierno actual.
La administración de Moreno deja mucho a deber. Todavía le quedan dos años y medio de gestión. Ojalá sean para cambiar y sorprendernos por su audacia, decisiones y liderazgo.