Si la nueva Corte Constitucional honra sus tareas, el país podría ir saliendo del fango. Una de las razones de nuestro retraso y extravío es la vigencia de una cultura de irrespeto a la ley, de nuestro sempiterno manoseo de las estructuras normativas y de la idea, errada y tan ecuatoriana, de querer alcanzar justicia y desarrollo cambiando constituciones.
Está a la vista, pero no lo reconocemos: el respeto a la Constitución y a sus hijas las leyes y los reglamentos no está anclado a nuestra idiosincrasia. Hemos dictado 20 Constituciones desde 1830. La última es hija de un régimen autoritario y corrupto, que con sus huestes, enquistadas en todos los poderes del Estado, manoseó, cambió e irrespetó su propio andamiaje legal.
Correa fue presidente durante una década gracias, entre otras cosas, a la permisividad colectiva frente a su constante quebranto de las leyes, incluyendo las básicas de derechos humanos. La Corte Constitucional que él apadrinó, respondió a sus tiempos, intereses y hasta obsesiones.
La democracia prospera cuando reina una cultura de respeto a la ley, hay pesos y contrapesos entre los poderes del Estado y el Judicial es garantía de justicia. En sociedades con una cultura legal fuerte, nadie, ni siquiera un Presidente, tiene derecho a violentar la ley a nombre de cualquier causa, peor a manejar y presionar a jueces, como lo hizo Correa. No hay impartición de justicia sin jueces profesionales, independientes e inmunes a los grupos de poder o presión. Las credenciales académicas y los antecedentes de los integrantes de la nueva Corte, auguran un buen desempeño.
Ojalá, como en otras latitudes, las sesiones claves que realicen estos jueces sean transmitidas en directo por las diversas plataformas de comunicación, no solo para transparentar su accionar, sino para conocerlos y recibir, por qué no, cátedra sobre legalidad y civilidad. En gobiernos de baja o nula impronta democrática, los jueces responden al poder y deliberan tras bambalinas. Sucedió en el Ecuador de Correa y sucede en la dictadura de Nicolás Maduro.
La falta de respeto a la ley que observamos de manera cotidiana en la calle, así como la tolerancia que por años hubo hacia Correa, a sus violaciones a la ley y al reino de la corrupción que construyó, son síntomas de nuestro déficit de legalidad.
Ciertamente en Ecuador hubo y hay algunos jueces probos, ciudadanos respetuosos de las normas, fiscales y contralores honestos, pero su presencia no ha sido suficiente para desmontar nuestro déficit de respeto a la ley. Por eso, como sociedad permitimos a diario múltiples violaciones legales y a normas básicas de convivencia. Cada uno de ustedes, queridos lectores, tendrá ejemplos de aquello. Por esa cultura hemos sido además propensos a creer que dictando nuevas constituciones, con textos geniales y grandilocuentes, vamos a cambiar lo que somos. Hemos fracasado.
Esperamos que la nueva Corte marque rumbo y que su accionar ayude a construir ciudadanía y cultura de legalidad.