Acostumbrados a exprimir la teta del Estado, Cristina y sus muchachos peronistas recibirán esta vez un país quebrado e imposible de gobernar. ¿Qué van a hacer sin plata para despilfarrar y sin que ningún capitalista sensato quiera invertir un dólar en nada que no sea pura especulación? ¿Imprimir billetes y pelearse entre ellos?
Los tiempos cambian, pero no tanto: si uno atiende a la historia argentina, tras el fracaso de la derecha liberal y ante el previsible caos del populismo, lo que sigue en el manual es la dictadura militar. Pero fue tan brutal y traumático el último paso de los generales por la Casa Rosada que solo podrían volver por interpuesta persona como lo hicieron, en 1973, los militares uruguayos al respaldar el autogolpe de Bordaberry, quien les sirvió de pantalla para ejercer la represión.
Algún demócrata purista podrá alegar que América Latina ya no acepta dictaduras militares. ¿Y qué es Venezuela? ¿Y que es Nicaragua? ¿Y qué ha sido desde hace tantos años Cuba? ¿O han olvidado el atuendo verde oliva del comandante Castro y la gorra café de su hermano heredero y eterno ministro de Defensa? Tampoco Brasil se queda atrás con su atrabiliario capitán Bolsonaro, a quien le parece providencial que la dictadura de Pinochet haya torturado y asesinado al padre de Michelle Bachelet y a otros miles de ‘comunistas’. El incendio deliberado de la Amazonía muestra de lo que es capaz este nostálgico de la dictadura brasilera.
Ecuador también inauguró el milenio con el golpe militar del coronel Gutiérrez y premió luego tan magna hazaña eligiéndole presidente de la República. Se repetía aquí la historia de otro coronel golpista: Hugo Chávez. Y en Honduras los militares exiliaron en pijama al pana de Correa, que pretendía a su vez perpetuarse en el poder.
El auge de las materias primas había permitido amortiguar los conflictos sociales y mantuvo aceitados los mecanismos de las democracias populistas (sobornos incluidos), pero cuando se acabó el billete renacieron las viejas recetas, mezclándose entre si. Populismo, fascismo, dictadura, aunque tienen elementos en común no son lo mismo, pero sus historias se entrelazan. Muchas de las técnicas políticas que aplicó el coronel Perón para desarrollar su organización política las había aprendido en la Italia de Benito Mussolini. Al populista Chávez, en cambio, fue Fidel quien le ayudó a montar el aparato político-militar que ahora sostiene a Maduro en Miraflores mientras el país se hunde en la miseria más espantosa.
Sucede que los militares siempre han sido un factor de poder que aumenta su peso cuando se deterioran las instituciones democráticas. Ante el caos, golpear a la puerta de los cuarteles es una tradición latinoamericana tan antigua como ir a misa. Y convocar al TIAR es una forma elegante de plantear la solución militar.
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