Las represión del gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo contra las manifestaciones encabezadas por los estudiantes universitarios ha dejado 46 muertos. Multitudinarias manifestaciones en Managua y otras ciudades pedían la salida de Ortega. La chispa que encendió la llama del acumulado descontento fue una reforma a la seguridad social, que subía el aporte de empleados y trabajadores y reducía las pensiones a los jubilados. El régimen dio pie atrás, pero no amainaron las protestas.
Vilma Núñez sobrevivió a una masacre contra universitarios perpetrada por el somocismo en 1959; veinte años más tarde, participó en la revolución sandinista; ahora preside la más prestigiosa organización nicaragüense de defensa de DD.HH. Entrevistada por El País, refiere las denuncias de las familias por los asesinatos o desapariciones de sus hijos, las torturas a las cuales se sometió a los estudiantes presos e historias tenebrosas, como las de quienes debieron encerrase con los muertos porque sus casas fueron rodeadas por turbas sandinistas. Cuando le preguntan si Ortega es un nuevo Somoza, la luchadora por los DD.HH., contesta: “Es peor que Somoza”.
La reacción masiva contra Ortega marca el hartazgo de un modelo político autoritario y estatista, que ha cambiado las leyes para perpetrarse en el poder, domina y manipula la Asamblea Nacional, la Corte Suprema de Justicia y el Consejo Electoral; que es una dictadura bajo la fachada de democracia y que ha aupado una rampante corrupción.
Sergio Ramírez, vicepresidente cuando la revolución sandinista dio fin a más de cuatro décadas de los Somoza, señala la falta total de ética como causa de la destrucción de los ideales de justicia y cambio social en esa revolución. Su “Adiós muchachos” es un testimonio autobiográfico del fin de las ilusiones revolucionarias. Al comentarlo, Vargas Llosa formula un juicio lapidario sobre Ortega: “luego de dirigir la revolución sandinista contra los Somoza, se fue convirtiendo él mismo en un Somoza moderno, un dictadorzuelo corrompido y manipulador que, traicionando todos los principios y aliándose con todos sus enemigos de ayer, ha conseguido gozar de un poder absoluto…”
Le acompaña al dictadorzuelo una colorida y tropical primera dama y, a la par, vicepresidenta: Rosario Murillo. Aficionada al esoterismo y las ciencias ocultas, es para muchos quien en realidad gobierna. Años atrás, tomó partido por Ortega cuando una hija de ella acusó al padrastro de abuso sexual.
Con el nada ejemplar historial de la pareja, resulta vergonzoso el amistoso apoyo a ese gobierno corrupto y el papel que jugó la canciller ecuatoriana María Fernanda Espinosa en julio pasado, con sus efusivos elogios a Ortega y Murillo y su “modelo revolucionario”, en el acto de los 38 años del triunfo sandinista.