El diálogo que hace falta

Los filósofos de la antigüedad aseguraban que el conocimiento, el pensamiento y la opinión eran cuestiones enteramente diferentes. Para ellos, la opinión era un globo de ensayo que las personas lanzábamos para intentar explicar –o justificar– algo desde nuestra experiencia o conocimiento limitados.

(Los inventores de la democracia no tenían demasiada fe en las opiniones de las personas…).
El pensamiento era superior a la opinión –decían los griegos– porque utiliza como insumo lo que nosotros ahora llamamos ciencias exactas y que, en la antigüedad, eran las matemáticas y la geometría, por ejemplo. Estas disciplinas atenuaban el riesgo de que nuestras reflexiones fueran demasiado viscerales pero no nos permitían entender por completo nuestro entorno.


Para entender lo mejor posible un fenómeno cualquiera –es decir para alcanzar el conocimiento– había que echar mano de un instrumento más poderoso que la opinión y el pensamiento, aseguraban los filósofos de la antigüedad. Ese instrumento era el diálogo.
Sócrates estaba convencido que su misión en la vida era entablar el diálogo filosófico, porque creía que era el único recurso que el ser humano tenía para desvelar la realidad.


Lo más importante de los diálogos socráticos es que se dan con personas que no simpatizan entre sí. Para que haya diálogo tiene que haber por lo menos dos posturas divergentes.
El intercambio de palabras entre personas que coinciden en todo es mera conversación. El diálogo se produce cuando al menos dos individuos deciden repasar las ideas diferentes del otro e intentan apreciar su importancia.
Aunque amistoso y civilizado, el diálogo ocurre típicamente entre adversarios. Por esta razón, dialogar no es precisamente un acto placentero. Requiere no solo de paciencia y autodominio, sino también de un rigor intelectual.


El próximo 7 de septiembre a las 18h00, la Cámara de Comercio de Quito (CCQ) lanzará un diálogo nacional que busca –bajo las premisas que he descrito arriba– institucionalizar el diálogo en el país.
La CCQ eligió once temas de orden económico e institucional. No se trata de una lista exhaustiva ni fija sino un punto de partida alrededor del cual organizar un diálogo. Lo que tienen en común todos ellos es que concitan el interés nacional. Además han sido formulados como un problema que debe ser solucionado, para evitar que el proceso de diálogo se estanque en declaraciones ideológicas y para promover la elaboración de propuestas de solución que, a su vez, puedan ser debatidas por otros sectores de la sociedad.
El objetivo último de este ejercicio es arribar a consensos fuertes para facilitar una transición democrática y multiplicar las posibilidades de éxito del próximo Gobierno, cualquiera que este sea.

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