El Gobierno actual ha dividido al país. Sus incondicionales dicen que es el mejor que hemos tenido. Ponderan la bondad de las carreteras, de los bonos, de la estabilidad económica. Piensan que el Presidente debería quedarse hasta concluir la “revolución”. Otros sostienen que el correísmo es una dictadura, que persigue a las organizaciones sociales y a la prensa, que promueve la corrupción y se parece cada vez más a la “partidocracia”.
Para aclarar las cosas, se piensa que habría que hacer una lista de lo positivo y lo negativo del Gobierno. Pero eso es imposible.
¿Cómo se pone en lista los proyectos hidroeléctricos y la reparación de una escuela rural? ¿Cómo se incluyen el “Caso Yasuní” y los insultos del “compañero Presidente”? ¿Cómo se compara el magnífico edificio del Colegio María Angélica Idrobo, con la sentencia de ocho años a una profesora acusada de llevar a los alumnos a una manifestación? ¿Qué hecho es más importante? ¿El uno justifica al otro? ¿La obra se mide por las construcciones o por la vigencia de derechos y principios?
Intentar un “balance” de lo bueno y lo malo del Gobierno no funciona. No permite conocer su naturaleza, su objetivo central. Por ello, debemos averiguar: ¿Estamos caminando por una “revolución” al “socialismo del siglo XXI”?
Para responder, recordemos que Correa no triunfó por casualidad o coincidencia. Fue beneficiario de un acumulado de años de lucha de la izquierda y las organizaciones sociales contra el neoliberalismo. Aunque no lo reconozca, para su triunfo fue vital haber dado continuidad a posturas de izquierda anticapitalistas y antiimperialistas, y el apoyo socialista. Fue un triunfo colectivo.
Desde 2008, Correa tuvo dos alternativas: o profundizar las transformaciones y acercarse al ideal socialista, o consolidarse como administrador de un estado cuya estructura y la de la sociedad no van a cambiar.
En el tercer período las definiciones son claras. No hay cambios estructurales. Se ha optado por modernizar al capitalismo. Y para ello, uno de los recursos es criminalizar la protesta social, debilitar las organizaciones sindicales y populares, tratando de ahogarlas en un mar clientelista.
El Gobierno tiene un proyecto de modernización para apuntalar el sistema. No para cambiarlo. Pero lo grave es que las hace criminalizando la protesta social y combatiendo a las organizaciones. Así no vamos al socialismo. Por lo que hace, vemos que el régimen trata de remendar el sistema, no de cambiarlo.
El Gobierno del “socialismo del siglo XIX” está dedicado a fortalecer el capitalismo del siglo XXI.
Por ello este 1 de Mayo, la “Marcha Nacional Unitaria del Pueblo” rechaza el autoritarismo, la corrupción, los insultos, el saqueo del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS) y el intento correísta de confiscar el Día del Trabajo con su clientela caudillista.