Francisco Eugenio Javier de la Santa Cruz y Espejo, hijo del indio cantero Luis Chusig y de la mulata liberta Catalina Aldaz de Larraincar fue un autodidacta que superó las injustas limitaciones que existían para la educación de pobres e indígenas y se graduó de doctor en medicina en julio de 1767.
Su preparación esforzada se tradujo en la expresión docta, rebelde y satírica con la que combatió a la injusticia, al mismo tiempo que sentaban las bases de la medicina preventiva y de la medicina social.
Estudió a la viruela, su origen, prevención y contagio a través de pequeñas “partículas” que viajan por el aire; su erudición e inteligencia orientaron el control del sarampión, de la sífilis, de la lepra y de cuanta epidemia azotaba a la región. Consideró que las inmundicias, desperdicios y falta de agua de Quito constituían también causa de enfermedades. Se opuso al entierro de cadáveres en el interior de los templos; pues dedujo que esos “humores” vertidos en el aire, se convertían en agentes de transmisión.
Este personaje multifacético: médico, abogado, literato, bibliotecario, precursor de la independencia latinoamericana, nació el 21 de febrero de 1747, por ello en su honor, la fecha se designó como día del médico.
Su ejemplo fue el legado de mística para muchos profesionales que enriquecieron a la historia de la medicina; entre ellos el creador de la seguridad social, Dr. Pablo Arturo Suárez, el internista y rector universitario Julio Enrique Paredes, el ginecólogo y presidente de la república Dr. Isidro Ayora, el pediatra y Alcalde de Quito Dr. Carlos Andrade Marín, el Dr. Juan Tanca Marengo creador de Solca, el Dr. Teodoro Maldonado Carbo destacado cirujano guayaquileño o los ilustres galenos cuencanos doctores Vicente Corral Moscoso, José Carrasco Arteaga y Timoleón Carrera, todos como una valiosa muestra de una gran familia médica que ha engalanado en todo tiempo a la medicina nacional dotándola del progreso, conocimientos y tecnología que la han equiparado a la de países de mayor desarrollo, tanto que con sus destrezas y habilidades han efectuado intervenciones de altísimo nivel y han corregido tratamientos erróneos efectuados en otros lares a pacientes y personajes .
Espejo estudió a médicos europeos y paseó incansable su ciencia por los pasillos del hospital de la misericordia (San Juan de Dios). Sus sucesores han profundizado el estudio en beneficio del paciente. No hay descanso si la enfermedad irrumpe. La labor generosa y noble, ha sido digna del reconocimiento de dolientes y autoridades, más aún en su día clásico; en lugar de las diatribas y vilipendios que, ante actos no probados y excepcionales, se han emitido irresponsablemente en un necio afán de eclipsar la gratitud de las personas cuyas dolencias mitigaron, sin excepción alguna ni siquiera de los ofensores.