Primer acto: una empresa contratada por otra, que fue a la vez contratada por otra y a la vez contratada por otra y por otra más. Una oficina que no era oficina. Un dueño que no era el dueño. Unos accionistas que no eran los accionistas.
La empresa, a la vez, contrataba a unos, que contrataban a otros, que contrataban a otros, que contrataban a otros más. Y no pagaba, hasta que le paguen unos, que tienen que pagar a otros, que tienen que pagar a otros más.
¿A quién van a reclamar aquellos que, a su vez, deben a otros? A nadie. No hay nada que hacer. La justicia absolvió de toda culpa a los responsables, porque sobre esos responsables hay otros que no han cobrado a otros responsables.
Nadie ahí para ver la cara de desconcierto de los perjudicados. Nadie para prestarles el hombro, ni siquiera para escuchar su historia, peor aún, para pagar las deudas que estos, a su vez, tienen con otros más pequeños. La esperanza de cobro, luego de ir de la seca a la meca, con papeles y facturas, se hizo agua. La promesa pública de pago inmediato a los pocos meses de destapado el lío quedó en el olvido.
Segundo acto: un hombrecito, ya maltrecho por los años y que apenas habla castellano va con la cabeza gacha, sin rumbo, con su reclamo. La empresa le llamó un día para que firme un papel porque le iban a compensar con un comedor escolar para la comunidad si dejaban hacer ahí trabajos petroleros. Como apenas leía el hombre, firmó un papel. La obra no se hizo. Pero él, “recibió conforme” así que no tiene nada que reclamar. Eso sí, tiene que dar la cara a los de su comunidad por el engaño.
¿Son esos los estándares ambientales y sociales, las transparencias, la justa compensación a las comunidades, las previas consultas, con los que se supone que se hacen los tratos petroleros? ¿Dónde están los defensores de la naturaleza y de los indígenas? ¿Dónde la prensa? ¿Dónde los dirigentes de las organizaciones sociales? Parece que se hicieron humo. Algunos tienen boca, ojos y oídos para hablar del Yasuní y sus delicias. Pero no para ver, oír y hablar de estas quisicosas de la injusticia con traje de riqueza petrolera.
Se suponía que los tiempos de Cepe-Texaco se acabaron y que ahora todo se hace con planificación, cuidado y responsabilidad social. Se supone que los beneficios del oro negro por fin se verían reflejados en la mejora sustancial de la calidad de vida de las gentes. Se supone que ya no hay tercerización laboral. ¿Sexterización?
Acto final: quedan unas facturas impagas, unos compromisos incumplidos, unos poquitos waorani de traje típico reclamando en el frío de Quito. Y el rostro compungido del veterano indígena que tendrá que explicar a su comunidad que creyó en las ofertas de la compañía y que recibió conforme algo que nunca recibió. Queda una deuda incobrable y eterna con las gentes de la selva y una justicia que se ensaña con los que menos tienen.