Hasta hace unos cuantos años, el único nudo conocido entre Pichincha e Imbabura era el del Cajas. Ahora existen una serie de ‘nudos’, cada uno más complicado que el otro, en el trayecto terrestre entre Quito e Ibarra.
Si bien se han solucionado los pasos por Atuntaqui y por la entrada a Cotacachi, la Panamericana se convierte en una calle más en Tabacundo -los semáforos causan la formación de columnas de autos de más de un kilómetro en un día difícil-, mientras que para atravesar Ibarra, capital provincial, es necesario superar nada menos que 16 semáforos.
A los menos entendidos nos parece que más urgente que ampliar la vía a seis carriles es contar con unos verdaderos pasos laterales, no como el de Otavalo, con una serie de semáforos que funcionan incluso en la madrugada, sino como el que existe en el mismo tramo norte de la vía cuando se atraviesa Tulcán.
Pero dejemos el tema vial en manos de los entendidos y volvamos a los nudos. El más insoportable en el viaje a Ibarra es el que uno siente en la garganta cuando pasa junto al lago de San Pablo. Duele ver cómo sigue destruyéndose el entorno de un sitio referencial por muchas razones, entre ellas su valor natural y turístico, con la incontrolable construcción de viviendas a uno y otro lado de la vía.
Es difícil entender cómo en una parroquia perteneciente al cantón Otavalo, que reivindica el desarrollo de un turismo ligado a la conservación de las tradiciones y del entorno, se permite la construcción de casas que no guardan ninguna relación con la naturaleza ni la arquitectura vernácula, ni en cuanto a su diseño ni en cuanto al uso de materiales, y más bien se convierten en un gran motivo de contaminación visual.
Más provechoso que estar discutiendo sobre la disposición de impedir que un menor de 18 años -que en cambio sí puede sufragar- pueda cortarse o no la trenza, esa comunidad debiera sentarse a debatir sobre su sustentabilidad y su futuro como destino turístico. El mismo hecho de que se siga utilizando la paja totora como material para confección de artículos utilitarios es igual de cuestionable que la construcción de viviendas alrededor del lago de San Pablo sin son ni ton.
No es necesario ir muy lejos para observar buenos ejemplos de conservación de complejos lacustres con interés turístico. Basta viajar unos cientos de kilómetros a Nariño, en Colombia y ver cómo la conservación del entorno y de los recurso de La Cocha se volvió un buen negocio para sus habitantes.
¿O acaso queremos que termine de pasar con San Pablo lo que ya ha sucedido con otras lagunas de Imbabura como Yahuarcocha, que soporta una terrible presión humana e incluso sirve ahora para el crecimiento de crustáceos introducidos, o la de Colta en Chimborazo? La mejor receta para el desastre es la indiferencia de quienes tienen que tomar decisiones.