Es normal que las primeras reacciones frente a un trauma colectivo como el que estamos viviendo sean el dolor y el miedo. Eso -dentro de la tragedia causada en la frontera norte por los actos criminales de bandas asociadas al narcotráfico internacional- significa que no somos indiferentes, que nos importan la vida y la paz.
Hay otras sociedades que se han vuelto inmunes, y hay ecuatorianos que parecieran serlo incluso por conveniencia política. Pero en pocos días nos ha tocado pasar de la incredulidad al dolor y a la asimilación: la frontera norte del Ecuador está frente a cultivos de coca colombianos que en lugar de disminuir, como lo propusieron varios planes desde inicios de este siglo, han crecido.
Los cárteles colombianos perdieron el control del mercado mundial frente a los mexicanos, y estos llegaron a los sitios de producción y procesamiento en busca de bajos precios y calidad, así como para embodegar y transportar la droga. Quienes los ayudan son grupos violentos que operan indistintamente a ambos lados de la frontera, pero que nacieron en el largo conflicto armado colombiano.
Combinan sus actividades ilícitas con otras como la minería ilegal y han penetrado las economías y el sistema judicial de amplias zonas ecuatorianas, y no únicamente donde la presencia del Estado es débil. Se hace necesario pensar en jueces sin rostro que estén fuera del alcance de estos delincuentes.
Y si alguien cree que todavía se trata de rudos combatientes que luchan en medio de la selva a punta de fusil, tiene que saber que el crimen organizado contemporáneo no solo cuenta con penetración institucional y armas sofisticadas, sino que se mueve bien con lo último de la tecnología para hacer su propia inteligencia, así como en la web oscura, para ocultar el rastro del dinero que obtiene.
Pero no solo es necesario entender y procesar el terror que intentan imponer estas bandas. Es necesario pasar a la acción. Desde luego, la dimensión estrictamente militar es muy estrecha ante un problema con tantas aristas como el que enfrentamos.
Es necesario recuperar la soberanía, pero no solamente llegando con efectivos policiales a Mataje, donde quedan apenas tres de las 70 familias que vivían ahí. A más de proteger la infraestructura sensible en todo el país, hay que llegar con salud, educación y oportunidades económicas a las zonas en donde la ilegalidad se ha establecido. Y es necesario cohesionarse en torno a un plan claro de acción que incluye sobre todo la Inteligencia.
El Presidente ha concitado el apoyo internacional, pero es necesario que internamente se sumen los líderes que creen que el país merece la paz. El Gobierno es parte de los conmocionados y tiene debilidades que debe superar rápidamente para liderar respuestas que nos permitan dejar atrás el miedo y derrotar a la violencia. Estamos a tiempo.
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