Hace pocos días conversé con un músico de enorme prestigio. Me quedé profundamente preocupado cuando abordamos el tema de la Orquesta Sinfónica, cuyo proceso de reestructuración aún no concluye.
El músico sabía de muy buena fuente que la intención de las autoridades era transformar a la nueva orquesta en algo popular, que llegue a un público más masivo y que no se dedique solamente a satisfacer los gustos exclusivos de los ‘pelucones’.
Pese a que esta persona es muy bien informada me resistí a creer su versión y sigo confiando que este proceso se concrete de una forma totalmente apegada a lo profesional y no a lo estrictamente político.
El proceso de renovación, de hecho, está atrasado, las audiciones han demorado mucho más de lo que se había previsto, el director titular aún no es nombrado y al parecer los conflictos aún no se han resuelto.
Creo que este es un tema que preocupa y que debe ser resuelto y aclarado porque la Orquesta Sinfónica es un patrimonio de Quito, forma parte de la tradición y fue la pionera en la difusión de la música académica de los grandes maestros.
El paso de Barenboim por Quito fue breve, pero suficiente para que deje una huella que será difícil borrar. Llegó con un repertorio absolutamente clásico, no mezcló nada, se dedicó a un solo compositor y por eso fue reconocido por un público que aprecia la calidad.
Esto no significa que el maestro excluya de su repertorio a músicos contemporáneos o populares. Lo hace y con frecuencia, pero siempre sigue un guión perfectamente coherente y cuidadoso, detallista hasta el extremo, como fueron las tres sinfonías de Beethoven.
Su presentación exclusiva en Quito estuvo precedida por la actuación de YOA (Youth Orchestra of the Americas) y de la presencia del gran músico Philip Glass, cuyo concierto para violonchelo y orquesta fue estrenado en la Casa de la Música.
Demasiadas emociones para tan pocos días y durante un verano que cuesta que se afirme. Por eso la preocupación por lo que vendrá a futuro. El año pasado fue fructífero en cuanto a estrenos de obras, hubo bastante actividad.
Patricio Aizaga, con su Orquesta Filarmónica, integrada por jóvenes músicos, a veces nos sorprende con el montaje de obras importantísimas como la sinfonía Titán de Mahler o la Resurrección del mismo autor.
Como no estamos muy acostumbrados a asistir a espectáculos de enorme calidad, da la impresión que las brillantes actuaciones de la YOA y de Barenboim fueron demasiado en tan poco tiempo. Me quedan bastantes dudas sobre el futuro, tal vez sea por falta de información, pero espero sinceramente que no decaiga la actividad musical en nuestra capital y que, definitivamente, la Orquesta Sinfónica se levante.