El segundo mejor negocio del mundo —después del comercio de armas y antes que el petróleo— es el tráfico de drogas. Y a su altísima rentabilidad no han sido ajenas las políticas prohibicionistas, que han elevado desmesuradamente el precio de un bien fácil de producir, como lo saben mejor los capos del narcotráfico.
La droga es una sustancia de efectos psicoactivos. Puede ser de tres
clases: estimulante, alucinógena o hipnótica. La droga estimulante —cafeína, tabaco, alcohol, cannabis, cocaína y anfetaminas— produce diversos grados de excitación del sistema nervioso central, con efectos de euforia, hiperactividad y confusión mental. La droga alucinógena tiende a dar alucinaciones visuales, tactiles y auditivas y crea mundos de fantasía para sus adictos. Los alucinógenos más conocidos son el LSD-25, el clorhidrato de fenciclidina, la mescalina y la psilocibina. Y la droga hipnótica —con base en sustancias opiáceas, barbitúricas y ansiolíticas— tiene efectos psicodepresores sobre el sistema nervioso
central: sueño, analgesia, relajamiento, sensación de “flotación”.
La despenalización de la producción, comercialización y consumo de drogas es materia de una ardiente polémica entre los “prohibicionistas” y los “despenalizadores”. Dicen los unos que con ella aumentaría el consumo y se profundizarían sus indeseables efectos sobre las personas y la sociedad. Los otros arguyen, en cambio, que la prohibición ha sido culpable de la impresionante prosperidad de este sucio negocio porque las amenazas de punición, sin bajar los índices de producción y consumo, han dado efectos secundarios muy graves: criminalidad, gansterismo, corrupción, violencia, narcoguerrilla, terror, gigantescas mafias que corrompen todo lo que tocan.
Desde su obsesiva perspectiva del mercado, Milton Friedman —el gurú de los neoliberales— asegura que la prohibición beneficia a los grandes carteles porque, al hacer del negocio una actividad proscrita y peligrosa, son ellos los únicos que pueden afrontar tan ingentes riesgos, y el negocio “termina por quedarse en las manos de quienes tienen las organizaciones más grandes y preparadas: los carteles”.
Las políticas prohibitivas han fracasado. Por eso desde hace veinte años he postulado un cambio de rumbo y el ensayo de políticas alternativas. La despenalización de la producción, comercialización y consumo de drogas podría ser un mal menor. No está en discusión la conveniencia o inconveniencia del consumo: la droga destruye física, psicológica, afectiva y moralmente a las personas y causa grave quebranto a las sociedades. Lo que se discute es si han fracasado los arbitrios jurídicos y policiales para combatir este mal y si la despenalización pudiera ser un método más eficaz para controlarlo y disminuirlo.