En el mapa del hambre 2015 de la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura con sede en Roma-Italia, Ecuador está ubicado como país clasificado en la categoría de “moderado bajo” porque registró el 10.9% de personas subalimentadas en el período 2014- 2016, en relación a la población total del país. Sin cuestionar este porcentaje que puede ser mayor, los efectos biológicos que produce esa insuficiencia alimentaria, más conocida como la desnutrición infantil, es mayor en las provincias de Chimborazo, Bolívar y Santa Elena, y sus síntomas son: la delgadez del cuerpo, la piel y cabellos secos, las infecciones frecuentes; y, la anemia, como los elementos que conducen a la falta de energía y peso menor de acuerdo a la edad. Dichas tres provincias, dos en la serranía y una en la costa, tienen los índices más altos del país, con 48.9%, 40.8% y 37.3%, respectivamente.
La UNICEF, el organismo mundial que se ocupa de estos problemas, explica que esta anomalía tiene su origen en las dietas alimentarias deficientes, conducentes a una mala asimilación biológica de las comidas diarias, constituyéndose en la causa de la muerte de menores de 5 años en un 35%; en cambio el INEC, Instituto de Estadísticas y Censos, afirma que es del 23.9%.
Para enfrentar esta realidad, el Ministerio coordinador de Desarrollo social, con el de Salud, y un tercero de Inclusión Económica y Social, organismos de esta abultada burocracia, firmaron un Acuerdo para la reducción acelerada de la desnutrición crónica infantil. Pero, la realidad demuestra que si no hay recursos salariales en manos de las familias ecuatorianas, se quedan escritos en los textos como actos de buena voluntad generados en el optimismo gubernamental, porque el 42.3% de niños indígenas la padecen, siendo casi el doble de la población mestiza que es del 24.1%, porcentajes que según otras fuentes ubican a los sectores de niños pobres y pobres extremos en el 31.3 y 45.5%, y sube al 47% en los niños desnutridos que viven en los hogares ubicados en la categoría de pobres. Estas cifras son el producto de la ausencia de fuentes de trabajo para las nuevas generaciones, al no existir empleo, engrosarían el gasto familiar diario que asumen únicamente los padres.
El fondo de este problema nacional está en los niveles familiares, cuyos modestos salarios son los elementos determinantes de esas cifras. Junto a estas realidades económicas, hay que situar la ausencia de incrementos en los presupuestos provinciales y/o municipales, para dotación de agua potable, y para la extensión suficiente de las redes de alcantarillado, que como son obras no visibles porque están bajo tierra, son relegadas por aquellas de relumbrón, las construidas en superficie porque le otorgan a sus hechores respaldo popular y producen la admiración colectiva.