oplan ciertos vientos de optimismo. Se siente una especie de certeza económica renovada en el ambiente. Se cree que podrían venir tiempos de cierta y moderada apertura, de celebración de tratados de libre comercio –disfrácenlos como quieran, tratados de complementación económica, tratados de lo que sea- tiempos de cauto y recatado regreso a los mercados internacionales (a pesar de que la deuda externa anterior, no la actual, era ilegítima e inmoral) y de emisión de papeles. En fin, de cuestiones más propias de la denigrada Wall Street que de nuestros hermosos y amplios bulevares. Los empresarios desempolvan de los cajones los estados de pérdidas y ganancias, le sacan brillo a los balances. Los economistas ponen a punto las calculadoras, hacen cómputos y conjeturas.
Acá es cuando la película empieza a dañarse. Se le atribuye al político inglés sir Robert Walpole (del siglo XVIII) la frase de “Let sleeping dogs lie”, algo así como “deja echados a los perros que duermen”. Más que un aforismo o alguna cosa de esas, la frase resume perfectamente la esencia del tradicionalismo inglés, el cogollo mismo del conservadurismo: no muevas demasiado las cosas, no hagas nada innecesario, no levantes la liebre. Con esto quiero decir que se olviden de los tratados de libre comercio de momento, que ni piensen en papelitos o bonos que anden circulando por ahí, que ni se les vaya a ocurrir mencionar nada de mercados y que, a fin de cuentas, las cosas seguirán como han estado desde hace rato. Los perros seguirán echados, señoras y señores. Siento mucho acabar con la ilusión.
La lógica es la siguiente: ¿por qué habría de cambiar el Régimen? ¿Qué sentido tendría variar de fórmula cuando se sujeta firmemente la sartén por el mango? Si el sistema le ha permitido al oficialismo captarlo todo, controlarlo todo, observarlo todo, fiscalizarlo todo, demoler al que se oponga, al menos en el corto plazo, no hay una razón inminente de cambio. No hay –no debería haber- necesidad de menear demasiado las fichas a estas alturas del partido. Seguirá adelante un modelo que se base en la confrontación permanente, en la dinámica entre buenos y malos, compañeros y contrarios. Continuará viento en popa la idea de la patria como sinónimo de todo lo puro, de lo casto y de lo correcto. Permanecerá la muletilla de la soberanía, con el objetivo de evitar que los organismos internacionales se inmiscuyan en la política criolla, para seguirnos aliando solamente con visión política y no con objetivos estratégicos. Seguirá adelante la guerra contra aquellos que pudieran tener una visión distinta. Si el modelo hasta acá ha sido exitoso, si la máquina ha permanecido bien engrasadita y funcionando a las mil maravillas no parece sensato –desde la perspectiva oficial, claro que sí- mover las aguas, experimentar con nada distinto en las presentes circunstancias. En esencia, todo cambiará para seguir igual.