Desilusión

Cuando un grupo de personas sumidas en el mundo del arte, la música o las letras decide hacer pública su opción política, toma riesgos que más de una vez devienen en estruendosos distanciamientos. En un inicio esos pronunciamientos tienen un efecto mediático muy fuerte y, por supuesto, basta que personas de esas cualidades pronuncien su apoyo a determinada posición política, para que los beneficiarios de tales proclamas las rieguen como pólvora en su provecho, para obtener réditos derivados de la popularidad o prestigio de las personalidades que las emiten. Pasados los tiempos, cuando esos mismos personajes marcan distancias la repercusión no es la misma, ni la maquinaria de propaganda está presta para lanzarlo a los cuatro vientos. En ese momento vienen los esfuerzos por las aclaraciones, las disculpas, las precisiones que, en definitiva, son la manera de esquivarse de los resultados que arrojan las políticas defendidas y resaltadas en su tiempo como la panacea. La realidad termina desmoronando utopías, dejando sin piso a tanto soñador que, probablemente, de buena fe, también fue engatusado con falsas promesas.

El punto está en que las personas comunes normalmente no hacen diferencias ni segregaciones. Un deportista puede ser un referente importante para utilizar tal o cual producto para hacer ejercicio, pero puede ser nulo para dar consejos jurídicos. Igualmente un literato, un poeta, un cantante pueden tener un extraordinario valor, pero no por eso tiene que ser acertado en sus análisis sobre economía. No obstante, los mensajes que emiten a veces sobre temas muy ajenos a su actividad pueden ser percibidos por las mujeres y hombres sencillos como verdad inobjetable.

Cuando el proyecto fracasa, si no han sido de los que por sus limitaciones creativas tuvieron que insertarse en la comodidad burocrática y aún tienen algo de ética e independencia para emitir opiniones, toman distancias para que el torbellino no los arrastre. Se inquietan, entran en la etapa de dar explicaciones y apuntan inmediatamente a otro proyecto que, salvando la coyuntura, les permite mantener su vigencia sin reparar que cometen el mismo error de inicio, soñando que viejos cánticos pueden ser vendidos como recetas nuevas. Si su actividad creativa no ha decaído, su valor intrínseco sigue perdurando. La ingenuidad se encuentra en quienes, pensando que sus postulados pueden aplicarse en el mundo real, esperan de ellos soluciones. Mejor escucharlos, leerlos y admirarlos para seguir soñando, abstrayéndolos de expresiones fuera de ámbitos propios. Sólo así podremos seguir disfrutando sus creaciones sin bajarlos a tierra, pensando que como simples seres humanos también han sido víctimas de tantos farsantes de todo signo y, lo que es peor, en cierta forma les fueron útiles y a veces hasta cómplices en su tarea destructiva.

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