La desgracia de Venezuela
A medida que pasa el tiempo la situación de Venezuela empeora y se vuelve cada vez más insostenible. No solo es motivo de preocupación los altos niveles de inflación (3 000%), la volatilidad de su moneda, una economía quebrada y dependiente de las importaciones, el desabastecimiento de alimentos y medicinas, los índices de violencia (Caracas es considerada como una de las ciudades más violentas del mundo), la fuga masiva de personas, la inexistencia de un Estado de derecho (y, en consecuencia, la constante violación de los derechos humanos), los altos índices de corrupción, la infiltración del narcotráfico en altas esferas del poder… La confluencia de estos factores está llevando a una crisis humanitaria de inmensas proporciones. Posiblemente nunca antes vista en América Latina. Muy parecidas a las que sufrieron algún momento varios países africanos.
Lo paradójico es que esto sucede en un país con las mayores reservas de petróleo del mundo. Un país que en los años sesenta y setenta fue muy próspero. Un lugar a donde migraron, en sucesivas oleadas, colombianos, ecuatorianos, peruanos, haitianos, dominicanos…
Pese a la gravedad de los hechos, se mantiene incólume un régimen tiránico que detenta el poder producto del fraude electoral y el uso abusivo de la fuerza. Aprovechando de la división y debilidad de la oposición, la cual tiene parte de culpa en esta desgraciada historia, Nicolás Maduro, a través de la Asamblea Nacional Constituyente, ha anunciado la realización de elecciones anticipadas para el mes de abril. Una estratagema más para desviar la atención de la población y dilatar el estallido social.
Sin embargo, las acciones que se han impulsado a nivel externo para provocar un cambio en Venezuela no han prosperado. Las negociaciones, promovidas por varios países de la región, entre representantes del gobierno y la oposición en República Dominicana han sido un fracaso. La presión que han ejercido los países integrantes del Grupo de Lima no termina de cuajar. De igual modo, las amenazas de Estados Unidos, así como las sanciones aplicadas por la Unión Europea (UE) a varios funcionarios del gobierno de Maduro.
Hoy, más que nunca, se hace imperioso la aplicación de la Carta Democrática de la OEA (Organización de Estados Americanos). Como consta en el informe presentado por el secretario general de la OEA, Luis Almagro, se cumplen las condiciones de lo que establece el Art. 20. Es decir, una “…alteración del orden constitucional que afecte gravemente su orden democrático…” No obstante, no hay la voluntad de la mayoría de los países de hacerlo.
En lugar de tener un papel protagónico el gobierno del Ecuador, el desempeño de nuestra canciller, María Fernanda Espinosa, ha sido lamentable. Con un discurso de “no injerencia” y de “no dar clases de democracia a terceros”, socapa al régimen de Maduro y soslaya la delicada situación de Venezuela.
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