¡A descorreizarse! Sí, como lo oyen, es hora ya de espabilarse. No, no me refiero amables lectores a sacarme mi apellido y que me llamen solo por mi nombre de pila, o peor a dejar de usar una prenda básica como el cinturón. Quiero decir que usted, yo y quizás todos los que nos rodean, andamos necesitando un período de limpia, ayuno y abstinencia, por así decirlo, de la correización de nuestras vidas. De la invasión permanente de un personaje en nuestra vida cotidiana: discusiones familiares, partidos de fútbol, carreteras, programas radiales, noticieros, etc.
Yo me propuse el ejercicio de limpia el feriado pasado: alejarme por al menos 3 días de la vorágine política, dejar de leer los periódicos, agradecer por la sabatina que no escuchaba y no emitir comentario alguno sobre el susodicho. En fin, dedicarme a las cosas importantes de la vida como terminar el libro que había abandonado y pensar en fronteras más amplias que los esquemas mentales e ideológicos del Gobierno actual, según el cual, el sol gira alrededor del Ecuador, creando una sensación de sofoque extremo.
Mi ejercicio de abstinencia –al que espero que se sumen- es un acto de rebeldía, pero sobre todo de búsqueda de sanidad mental. Mientras más empeño y esfuerzo le dedique el Gobierno a comandar nuestras vidas privadas y nosotros más neuronas le gastemos al análisis y confrontación para descubrir sus intenciones y secretos políticos, más contribuimos a su perennización. Un Régimen que pretende controlar mentes, necesita corazones adictos que se mantengan en vilo, ya sea para aborrecerlo o adorarlo.
La correización comenzó con la promesa de refundación, nos obnubilaron con los cuentos constituyentes que incluían castillos en Montecristi y héroes y villanos que se disputaban el nuevo país. La politización fue vertebral, hizo que a todos nos importe el Presidente y sus más ínfimos detalles.
Ahora en cambio, estamos en etapa de saturación. Somos víctimas pasivas del discurso dominante y del agobiante bombardeo comunicacional.
En esta guerra, el Gobierno nos ganó. No conseguiremos silenciar al poder, pues es su vocación inundar la escena pública. Ante el hastío, les propongo algo distinto, más parecido a ignorar que a confrontar. Más cercano a perdernos en nuestro mundo interior que a encontrarnos en una pelea carente de razón, en la que es probable que malgastemos nuestra propia cordura.
Se trata de descorreizarnos para recuperar nuestro espacio de deliberación personal y blindarlo ante los embates del totalitarismo, cultivar ese espacio inviolable y único que es nuestra mente, y su capacidad de explorar mundos alternativos –en la literatura, el cine- mucho más grandes que el país verde y sus pequeñas y temporales vicisitudes.