Ya poco se entiende del covid, de las medidas adoptadas, de las cifras y curvas, de las seguridades o bioseguridades. Estamos en la fase de la confusión pandémica. Un día, que hay que permanecer en casa sin salir ni por nada, guardarse del todo. Otro, que hay que convivir con el enemigo para adquirir defensas e inmunidad. Que no hay que ver a los mayores para no contagiarlos, pero que hay que ayudarlos con sus compras. Que se puede caminar pero que es mejor no ir a ninguna parte. Que eso de desinfectar con cloro y alcohol los alimentos no ha sido tan necesario según la OPS y que ponerse guantes ha sido más bien contraproducente pues los guante se ensucian y nadie los lava y con guantes y todo te tocas la cara.
No hay quien entienda el distanciamiento social, que quiere decir distanciamiento físico de metro y medio entre persona y persona. Los túneles de desinfección no solo que no sirven sino que pueden producir otros daños, desde sarpullidos en la piel hasta intoxicación.
Mientras nos rociamos de alcohol y entramos a la tienda zapateando sobre bandejas llenas de cloro que se van poniendo negras y lodosas con tantas pisadas, sin saber si eso controla o no el ingreso del virus y mientras hemos trasladado las fronteras a nuestros propios cuerpos, evitando que nadie se nos acerque, tenemos la certeza de que la curva no se aplana, que las cosas están cada día más caras justo cuando no hay trabajo y que sí, que más de medio país, está que se muere de hambre.
El covid nos ha traído puro desconcierto: un día nos regocijamos con eso de que el planeta necesitaba un respiro y muestra de ello vemos imágenes de todo tipo de animalitos que caminan libremente por las calles y carreteras, pero, así mismo, fumigamos con quien sabe qué y arrojamos los barbijos y los guantes plásticos a la calle y nos llenamos de cajas de plástico de la comida que pedimos a domicilio y que van a ensuciar más el planeta.
Un día aprueban una ley humanitaria que de humanitaria tiene casi nada y otro, anuncian la inversión de millones en la crisis del covid, pero los hospitales no tienen insumos mínimos para atender a los enfermos. Un día nos llenamos la boca con la solidaridades y otro, nos damos cuenta de quienes más ganan son los que se niegan a contribuir. Tampoco da muchas ganas de contribuir, ni con poco ni con mucho, con un Estado y unos “solidarios” funcionarios de todo nivel, que de todo quieren hacer negocio y sacar su comisión: sea mascarillas, alcohol en gel o pruebas compradas a millares surgir, con evidente sobreprecio.
Luego los funcionarios de Gobierno, que parecen vivir en otro mundo, se preguntan, muy sueltos de huesos, ¿por qué la gente quiere protestar?