El tratamiento otorgado al proceso de reforma tributaria demuestra, sin ambages, la desaparición del estado de derecho en el Ecuador y la inexistencia de instituciones, pesos y contrapesos que definen una democracia. A pesar del aparente fracaso, los sectores de oposición demostraron mayor madurez y no cayeron en los sofismas y trampas oficiales que habitualmente sitúan los debates entre buenos y malos, progresistas o reaccionarios, partidocracia o pueblo, etc., etc. No resulta sencillo que ciertos partidos de oposición superen prejuicios ideológicos de antaño y se unan a sus enemigos consuetudinarios para defender la separación de poderes. Sin embargo, es alentador constatar que muchos parlamentarios advierten ya con claridad que la batalla contra el Gobierno no pasa por izquierdas o derechas sino por la defensa de la democracia representativa. Esta visión permitió crear un ambiente de incipiente convergencia en la Asamblea que podría derivar luego en una plataforma de principios frente a los próximos comicios. El reto de la oposición no es menor: enfrentar con armas democráticas y legales a un régimen que pelea con otros instrumentos.
El error más grande de ciertos grupos políticos fue no haber descifrado correctamente la coyuntura política del 2007. Agrupaciones como la ID o la Red suscribieron el proyecto correísta bajo equivocaciones de buena fe que terminaron liquidando sus partidos y la instituciones democráticas que siempre defendieron. Otros grupos legislativos, caudillistas, populistas, mal llamados de derecha y muy cortos de entendederas, quisieron jugar a la política oportunista de siempre y suscribieron también ese mismo proyecto en busca de concesiones y espacios. Ese grave error de decodificación condujo a unos y a otros a no reparar en los peligros de una Asamblea Constituyente cuyo objetivo fue siempre destruir la democracia representativa.
Las dictaduras de nuevo cuño que controlan varios países del continente deben ser enfrentadas y vencidas en las urnas. Es verdad que luchar de esta forma contra el poderoso aparato oficial es un reto complejo que no tiene precedentes en la historia del Ecuador y otras naciones. Antiguamente, y para desgracia de muchos países, los autoritarismos fueron sustituidos siempre con otros autoritarismos iguales o peores. Por ello, los demócratas de hoy tienen la obligación histórica de descifrar el momento y movilizarse en la defensa de una democracia que proteja a los ciudadanos de los posibles abusos de hoy y siempre. Con una sola candidatura a la Presidencia y múltiples candidaturas a la Asamblea, unidas por una plataforma básica, se puede doblegar al autoritarismo.
Nuestras elecciones del 2013 son muy distintas a las anteriores y, para bien o para mal de los ecuatorianos, marcarán un antes y un después.