En los años de anarquismo latinoamericano salían vigorosas marchas en contra de los políticos y pedían a voz en cuello “que se vayan todos”. La desconfianza se ha profundizado y los partidos han quedado solo para poner candidatos, y ni eso lo hacen bien, como demuestra la racha de descalificaciones de aspirantes. Se hace evidente el riesgo de que ahora el grito popular sea “que descalifiquen a todos”.
No sería un arrebato de nihilismo, sino el anhelo de encontrar alguna señal que ofrezca esperanza de recuperar los partidos que agonizan, aquí y por todas partes, entre mortajas de corrupción, ineficiencia, cinismo y prepotencia. Todos tenemos la culpa, es cierto, porque hemos dejado la política a los vanidosos y aventureros, hemos tolerado que se infiltren corruptos y no hemos premiado a los que valen.
Políticos hay en el Gobierno, en el Consejo Nacional Electoral, en los Partidos y, por desgracia, también en las Cortes y Organismos de Control. Son culpables del confuso proceso electoral que estamos viviendo. Hay muchos ejemplos de la barahúnda: división del Consejo Electoral en bandos irreconciliables; un partido que designa candidato, aparentemente en asamblea general, y a los pocos días descubren que es un quintacolumnista y le expulsan; otro partido que inscribe a un reo condenado por la justicia, tal vez con el solo propósito de ensuciar el proceso; otro que designa binomio en asamblea y luego lo cambia por otro elegido a dedo. Un candidato para la vicepresidencia, ascendido a candidato a la presidencia, revela que ha sido “invitado” pero que no es “el dueño de casa”.
La suspicacia tiene cabida cuando se exhiben, para las descalificaciones, argumentos contradictorios, soluciones salomónicas, ambigüedades legales, temores insuperables y oportunismos evidentes. No se puede aceptar, ni como sospecha, que se trate de gimnasia jurídica para conseguir la eliminación de algunos candidatos. Tampoco que un Gobierno, aterrado por la posibilidad de que gane algún candidato que le pida cuentas, maniobre para tamizar candidaturas.
Es un juego temerario porque se pone en riesgo la legitimidad de los resultados. Tenemos que elegir al candidato más capacitado para conducir el proceso de restauración de la economía, recuperación de la política, reconstrucción del tejido social. Tiene que ser un líder con respaldo suficiente para representar a todos y capaz de pensar en todos. El estratega político Jaime Durán, entrevistado desde Argentina, decía que Ecuador es una caja de dinamita que puede estallar en cualquier momento.
En bonanza se decía que Ecuador es un mendigo sentado en una mina de oro, ahora se diría que es un mendigo sentado en una caja de dinamita. Las metáforas advierten del peligro y no podremos superarlo sin el sacrificio de todos y la conducción de un líder honrado, sabio y con respaldo popular.