Tiempo de descalabro de las ideas, las creencias, los valores y las reglas que gobernaron una época que parecía definitiva, con sus ideales de progreso, paz y libertad. Tiempo de descalabro de la ética. Tiempo de descalabro de los límites.
Tiempo de descalabro de la República y fin de la época del Derecho. También, época de caducidad de las derechas tradicionales y de las izquierdas mesiánicas, y del florecimiento de los caudillos y de los fundamentalismos de todos los signos.
No es solamente el fin de las ideologías. Es el fin del pensamiento como método, de la diplomacia como prudencia, de la política racional y del respeto mutuo. Como ha demostrado Trump, prevalece ahora la rotundidad en el discurso, la arrogancia en la actitud, la intransigencia en el comportamiento. Son los días del apogeo de los populismos, de los extremos, de los nacionalismos. Se ha borrado la historia y hemos retornado a la época en que los redentores eran los jefes supremos. Hemos olvidado que la nación puede convertirse en sepulcro de la gente, en argumento para justificar la exclusión, en mentira para propiciar las guerras.
Tiempo de descalabro en que las izquierdas, contaminadas de tontería, de mediocridad y corrupción, solo atinan a evocar nostalgias y lugares comunes, y a endiosar el recuerdo de dictadores ancianos y de ideas caducas. Las derechas extremas renacen camuflando sus intereses tras la patria, restaurando las banderas, gestos y desfiles que fueron la antesala de grandes tragedias. Y todos hablan sin escuchar y evocan grandezas perdidas y pasados gloriosos. Todos prometen venganzas.
Quedan en el camino, la democracia transformada en parodia, la República acorralada entre discursos, el Derecho ahogado entre infinitos expedientes, las libertades sometidas por el miedo. Quedan las relaciones sociales mediatizadas y enfermas, entre la soledad y el anonimato de las redes.
El descalabro ha ocurrido en nombre del pueblo y de la democracia, en nombre de la libertad. La corrupción he crecido tras el discurso de la integridad. Los derechos individuales y la intimidad de cada cual se acotan y desaparecen en nombre de la ciudadanía. El Derecho se transforma en arbitrariedad en nombre de los códigos.
A partir del descalabro, habrá que repensar casi todos los conceptos, desde pueblo, democracia y República, hasta ética, Derecho y libertad. Habrá que volver a los orígenes, separar tanta hojarasca que han traído las tormentas de este tiempo, e inaugurar, otra vez, el sentido común, la idea de que el poder es un mal necesario y no un fin inevitable; que la política debe tener límites, y que lo primero -aquello sobre lo que no se puede ni se debe transigir- es la libertad, la dignidad, el deber de creer y discrepar. El derecho a decir NO.
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