El último reporte del INEC muestra un verdadero desastre en el mercado laboral ecuatoriano. Entre diciembre de 2019 y junio de este año, el desempleo aumentó de 3,8% a 13.3% de la población económicamente activa. Esto es más de un millón de personas sin empleo, la peor cifra desde que se registran estadísticas.
El empleo inadecuado, principalmente subempleo por horas o por ingresos, aumentó de 56.7% a 67.4%. La participación laboral, o población mayor a 15 años que está dispuesta a trabajar, cayó de 65.3% a 60.9%. Más de medio millón de ecuatorianos no quiere ni trabajar ni buscar empleo. Perdieron la esperanza…
Esta situación no solo está afectando a Ecuador. La pandemia y la crisis económica se reflejan en las cifras de empleo en casi todos los países. El FMI estima que, a finales de año, el desempleo aumentará a 14.7% en Brasil, 12.2% en Colombia, 10.9% en Argentina y 7.1% en Perú, entre los latinoamericanos, y a 10.4% en el propio Estados Unidos.
Para enfrentar este desastre económico y social, los gobiernos han ampliado su apoyo monetario a desempleados y hogares vulnerables y han llevado adelante programas crediticios y de alivio tributario a empresas para evitar más quiebras y despedidos. En varios casos, las monedas se han depreciado en términos reales, ayudando a sus exportaciones.
Desafortunadamente, las finanzas públicas en Ecuador están en soletas y limitan este tipo de iniciativas. Además, la dolarización también impone restricciones a políticas monetarias expansivas. El país está bastante huérfano de herramientas de política pública para enfrentar este verdadero tsunami laboral.
¿Qué nos queda? Confiar en una rápida recuperación de la economía internacional y que el dólar continúe depreciándose contra otras monedas como el Euro. Esto permitiría tener un rebote del sector externo y el empleo en el sector exportador. Además, el alivio de deuda y apoyo multilateral deberían dar oxígeno al Gobierno para evitar una contracción mayor de la demanda agregada.
Hay dos maneras de dinamizar el mercado laboral: vía precios, es decir abaratar el costo de la mano de obra, o vía un jalón de la demanda de trabajo. La vía precios implicaría una reforma laboral profunda y es la agenda preferida de los gremios empresariales. Sin embargo, su efecto parecería ser marginal, especialmente en esta coyuntura. Un ejemplo: por más que bajen las remuneraciones, es muy difícil que actividades como turismo aumenten el empleo cuando su actividad está colapsada.
En el corto plazo, la prioridad debería ser estimular un shock de demanda de consumo e inversión del sector privado que jale la demanda de empleo en los sectores intensivos en trabajo. Para ello, uno de los factores fundamentales será restablecer el canal de crédito y fortalecer la intermediación financiera y el mercado de valores.