Si no existiera Facebook o Twitter, es posible que este filme de tercera clase llamado ‘La inocencia de los musulmanes’ nunca hubiese llegado (traducido incluso) a miles de árabes en tiempo récord. Lejos de amainar, las protestas contra las embajadas estadounidenses en el Medio Oriente se han multiplicado. La velocidad de las redes y la impresionante adicción que esto ha creado alrededor del mundo los han convertido en instrumentos de cambio, pero también de ira y de violencia. Pero esta es apenas una parte de la explicación sobre la rapidez de los ataques y la imposibilidad de evitarlos.
Una explicación más de fondo tiene que ver con política interna: los ataques son una cortina de humo para ocultar la lucha interna de los países que experimentaron la Primavera Árabe, que no acaba de asentarse. Hay mucha presión para radicalizar el cambio hacia gobiernos más teocráticos e islamistas. Los ejemplos más claros son Egipto y Libia. En el primer caso, a pesar de que el recién inaugurado presidente pertenece a la Hermandad Musulmana, ha emprendido un camino equilibrado, enfocado fundamentalmente en restablecer instituciones democráticas y limitar el extenso poder que aún tienen los militares. Su reacción frente al ataque fue la más acertada: condenó la falta de tolerancia frente al islam ejemplificado en la inefable película, pero condenó también cualquier intento de violencia contra embajadas que dijo son “invitadas en nuestro país y deben ser respetadas”. Pero Mohamed Morsi no logra calmar a grupos salafitas proponente de un islamismo más radical en el gobierno.
Libia es un caso más difícil. Ganó las elecciones una coalición más bien de centro, bastante secular y agradecida con Occidente por la ayuda prestada contra Gadafi. Esta coalición no ha podido consolidar el monopolio del uso de la fuerza y tampoco ha podido llevar a la arena política a grupos islamistas radicales que todavía aspiran a tener el poder. En este grupo están los salafitas, los que organizaron la protesta contra la embajada estadounidense en Bengazí. Nadie descarta tampoco que una célula de Al Qaeda haya aprovechado la protesta para realizar el ataque.
Del otro lado del Atlántico las cosas no se pintan mejor. En plena campaña electoral, pocas son las voces ecuánimes. El presidente Obama ha manejado el tema lo mejor que ha podido, pero es casi imposible en medio de una marea republicana demandando mano dura. Mitt Romney fue el peor de todos, no solo que quiso sacar provecho de un tema tan sensible, sino que azuzó la rabia del mundo árabe con amenazas de que en su mandato haría sentir el poder estadounidense. Es increíble que el mundo árabe y el resto de la humanidad estén a dos puntos porcentuales de soportar un gobierno con visiones tan peligrosas. La facción que ahora controla el partido es capaz de arrastrar al mundo a una guerra sin fin, simplemente por soberbia.