Desamparo y olvido
Un grupo de amigos y colegas de la artista Olguita Gutiérrez organizó hace pocas semanas, en Guayaquil, un concierto en su homenaje. Fue un merecido reconocimiento a una de las más destacadas intérpretes y embajadoras del pasillo y de otros géneros musicales ecuatorianos y una demostración de amistad y lealtad frente a la indiferencia de organismos y autoridades que deberían brindar su protección a prestigiosos artistas que atraviesan situaciones difíciles.
Olga Gutiérrez nació en Argentina y vino a Quito en 1962, por invitación del presidente Carlos Julio Arosemena, para que participe en un evento en honor del Duque de Edimburgo. Poco tiempo después formó parte del trío Los Brillantes, con el que recorrió, con éxito, algunos países. Se nacionalizó ecuatoriana en el 2004.
Ahora tiene quebrantada su salud, pero "ni el tiempo ni las dolencias han apagado su encantadora voz" y, como dijo Jenny Estrada, directora del Museo de la Música Nacional: "Nadie llegará a ocupar su lugar; el sentimiento con el que canta es único, es un don de Dios".
Otra artista argentina, que igualmente ha difundido como pocos la música ecuatoriana, es Consuelito Vargas, seudónimo de Amelia Berta Martín. En 1966 realizaba una gira por Perú y un empresario le pidió que haga una presentación en Quito, con motivo de la inauguración del Hospital Carlos Andrade Marín y desde entonces reside en esta ciudad. Con valentía y fuerza de carácter ejemplares ha superado sus dolencias y continúa deleitándonos con su melodiosa voz.
En acto de estricta justicia y gratitud debe reconocerse a las dos destacadas artistas su valioso aporte para la difusión de la auténtica música ecuatoriana, como lo han hecho también algunos compatriotas nuestros, que tampoco han tenido apoyo del Ministerio de Cultura ni de otras instituciones. La incursión de Olga y Consuelo en el pentagrama ecuatoriano tiene mayor significación si se considera que paulatinamente disminuye la presencia de nuestros propios compositores e intérpretes.
Lamentablemente hace pocos días partió al más allá uno de los pocos cultores sobrevivientes de la música romántica, el cantautor riobambeño Fausto Gortaire, quien deja un vacío inalienable.
Con esta oportunidad es preciso anotar la indefensión de los artistas en nuestro medio, ante la piratería institucionalizada que les impide beneficiarse de las utilidades a que tienen derecho por su producción musical, así como su marginación de eventos importantes, tales como elección de reinas etc., que constituyen escenarios propicios para que se interprete música autóctona seleccionada pero se prefieren ritmos y artistas extranjeros y qué decir del pago de una cantidad exorbitante por el derecho a utilizar parte de una canción, famosa sí pero completamente desvinculada de lo nuestro, de lo que se trata de promover dentro y fuera del país.