Los desafíos de Felipe VI
Las imágenes del Rey y de los sucesos que marcaron su paso de 39 años por el Palacio de la Zarzuela abarrotaban la televisión británica: su primera visita a España en 1948 de la mano del dictador Francisco Franco; su proclamación como heredero de Franco en 1969; su coronación ante las Cortes españolas en 1975; su rol en la proclamación de la constitución democrática de 1978 y su discurso la noche del 23 de febrero de 1981 desautorizando el golpe militar de Antonio Tejero.
Con igual intensidad, no obstante, la prensa internacional destacaba hasta la saciedad los escándalos que recientemente han empañado la imagen del rey.
Multitudinarias manifestaciones, luego del anuncio del Rey, se escenificaron en 40 ciudades españolas reclamando el fin de la monarquía confirma lo antes propuesto (en la Puerta del Sol en Madrid, por ejemplo, fueron miles los que enarbolaron la bandera tricolor roja, amarilla y púrpura de la República española de 1931).
Aunque, al menos en apariencia, la abdicación del Rey ha sido menos traumática que las abruptas salidas de sus antecesores Isabel II (expulsada a raíz del alzamiento de Prim, Serrano y Cánovas el 17 de septiembre de 1868) y Alfonso XIII (quien huyó de Madrid la noche del 14 de abril de 1931 al declararse la segunda República española), la realidad es que la desaparición de Juan Carlos del escenario español abre ya de forma irreversible un debate que muchos en Madrid desearían evitar a toda costa. Y me refiero al debate sobre el futuro del diseño constitucional y, más importante, a la reingeniería obligada que tiene que darse de un sistema político y jurídico que al sol de hoy continúa de espaldas a la realidad plurinacional y plurilingüística de España.
La crisis catalana, la cual se ha complicado aún más a raíz de la sentencia del Tribunal Constitucional español declarando inconstitucionales importantes disposiciones del estatuto de Cataluña de 2006, es emblemática del agotamiento del modelo existente. La convocatoria a la reforma constitucional, a la que ahora tímidamente se ha sumado el PSOE, pareciera (junto a la reestructuración económica) punto cardinal de la agenda futura española.
En el análisis final, y a diferencia de la situación en Inglaterra, Holanda, Bélgica y los países escandinavos, en España la supervivencia de la monarquía dependerá de cuán efectivo sea el futuro Felipe VI en insertarse de forma valiente, y a la vez prudente, en la transformación social y política que necesariamente exige la España de estos tiempos. Porque de forma distinta a los Windsors, los Orange o los Saxe-Coburg-Gotha, la legitimidad de los Borbones ante el pueblo español no proviene del figureo frívolo y banal al que nos tienen acostumbrados las demás casas reales europeas, sino de su capacidad para inspirar las causas de un pueblo que renunció al fascismo para abrirse camino hacia el porvenir. Retomar esa ruta, exorcizando los fantasmas de los recientes excesos, será el gran desafío que confrontará Felipe VI de España.