En medio de un intenso frío austral, se debate en Cuenca el fascinante tema de los derechos culturales y ciudad. Es parte del programa Ciudades Piloto; trabaja desde el 2015 para convertir la cultura en el cuarto eje del desarrollo sostenible. Estas últimas reuniones internacionales coordinadas desde el Municipio de Cuenca y la organización mundial de Ciudades y Gobiernos Locales Unidos (CGLU) culminará en la suscripción de una Carta de Derechos y Compromisos Culturales. Durante estos años de gran debate con un sinnúmero de instituciones públicas y privadas, colectivos e individuos independientes, me han ido surgiendo ideas que me gustaría compartir.
La ciudad no es ni debe seguir siendo nombrada como la “Atenas” del Ecuador, ni la ‘cité’ que ofrece una ruta francesa entre sus programas turísticos. A París jamás se le ocurriría decir que es la Cuenca de Francia. Tampoco debemos “vender” su centro histórico como colonial cuando la gran mayoría de sus construcciones, hoy patrimoniales, corresponden a la construcción moderna de la ciudad en la que la colonia fue literalmente derruida y se levantaron decenas de casonas historicistas –entre 1920 y 1950- imbuidas de un imaginario europeo que las nuevo-ricas elites deseaban proyectar. La exportación de la cascarilla o quinina y el sombrero de paja toquilla para calzar las necesidades de europeos y estadounidenses en su proceso de expansionismo y colonización modernas, permitieron unos ingresos económicos hasta entonces insospechados y que dieron forma y contenido al actual centro histórico patrimonializado por Unesco.
La ciudad no es monumental, no lo es. Es precisamente el antimonumento o el antihéroe lo que debemos descubrir, conocer, rescatar. Aún promovemos historias de “hombres y familias ilustres” de apellidos que se entonan en el himno de la ciudad. Cuenca es efectivamente lo contrario, una ciudad de mujeres del mercado fuertes y emprendedoras, de deportistas que se destacan a pesar de todas sus limitaciones, de estupendos médicos y hospitales alópatas y naturópatas. Tampoco se resume a los límites urbanos, Cuenca se desperdiga por sus parroquias rurales, por ciudades y pueblos de acogida en Quito o el Bronx en Nueva York. Aún promovemos historias de antecesores conservadores y fanáticos cuando Cuenca piensa y se moviliza también en acciones futuras, plurales, respetuosas de la diversidad sexual o social.
Es de esperar que estos procesos debatidos logren integrar en su carta de derechos la verdadera intención por detectar una memoria invisibilizada por las instancias del poder, descubrir y valorar espacios “dark” o “densos” en una nueva cartografía de deseos y saberes de jóvenes, descolonizar nuestras mentes y actuar desde los postulados de la historia global, no la vacía globalidad.