El evento presidencial en Venezuela del 7 de octubre que dio como supuesto ganador a Hugo Chávez, debería reafirmar el criterio de que la mejor forma de convivencia humana reside en la democracia, ya que bajo este sistema las instituciones y las ideas se han desarrollado durante un largo lapso en la historia de la humanidad. Además, se debería pensar que en las democracias modernas se ha eliminado la posibilidad de la revolución, entendida como el cambio violento, pues el sistema constitucional permite un escogimiento ordenado, haciendo innecesario el empleo de la fuerza.
Lo que hemos expresado en el párrafo anterior, no será aplicado en Venezuela luego del último triunfo –amañado o no de Chávez- ya que su megalomanía estará en los lindes del infinito al vencer a un adversario joven y brillante, que reúne las condiciones para imprimir un nuevo rumbo a su país, en donde la institucionalidad recobraría su cauce y la gobernanza se centraría en reunificar a los venezolanos HACIA un camino de paz y progreso.
Si el socialismo real del siglo XX fue un fracaso, el socio populismo es una fantochada. La diferencia es abismal. El socialismo real partía de bases científicas, pero llevado a la práctica se convirtió en un desastre, lo que se evidenció sin derramamiento de sangre, tal cual ocurrió con la caída del muro de Berlín en 1989 y la posterior desaparición de la URSS en 1 991, que antecedió el viraje de lo que fueron sus países satélites. Mientras que el denominado “socialismo del siglo XXI” que Chávez y sus epígonos utilizan con mecanismos rimbombantes, no han logrado generar cambios sustanciales con sus formas maniqueas de someter al pueblo por tiempo determinado como lo establecen las reglas que han establecido y que hoy se reflejan, aparentemente, en las urnas; a menos de que ocurran eventualidades que resultan difícil prever.
Ya veremos que en los dos próximos años, aquel constitucionalismo descrito en forma magistral por Karl Loewenstein en su “Teoría de la Constitución” no tendrá relevancia alguna en los planes siniestros de Chávez, ya que a lo sumo bajará los decibeles del mensaje arrabalero, pero su perseverancia estriba en demostrar que puede alcanzar, cuando menos, al Che Guevara, mismo que llegó al paroxismo cuando exclamó: ¡ Cómo podríamos mirar el futuro de luminoso y cercano, si 2, 3, muchos Viet Nam florecieran en la superficie del globo, con su cuota de muerte y sus tragedias inmensas, con su heroísmo cotidiano, con sus golpes repetidos al imperialismo, con la obligación que entraña para éste de dispersar sus fuerzas, bajo el embate del odio creciente de los pueblos del mundo!
Chávez siente un apetito irrefrenable por gritar la elegía: ¡Crear 2, 3…muchas Cuba, es la consigna para Latinoamérica”.