Democracia siempre

Más allá de las contradicciones y de los límites que la vida política nos plantea, siento que lo que está en juego, aquí, en Venezuela y en cualquier parte, es el sistema democrático.

Existe desgraciadamente una evidente distancia entre la "letra" y el "espíritu" de los derechos del hombre, más allá de los discursos políticamente correctos. Por doquier hay una tendencia, más o menos clara o encubierta, a reivindicar derechos propios, incluida la ideología o intereses de grupo, sin hacerse responsable del bien común. Si realmente reivindicamos la participación de los ciudadanos no deberíamos de favorecer la formación de grupos dirigentes restringidos que, por intereses particulares o de troncha, impusieran un discurso único, amenazaran las libertades o usurparan poderes.

Una auténtica democracia no es solo el resultado de unas elecciones o del respeto formal de las reglas, sino que es el fruto de planteamientos irrenunciables, tales como la dignidad de las personas, la libertad de las conciencias, su libre expresión, el respeto de los derechos humanos, la división de poderes y la búsqueda del bien común, especialmente de los pobres. No hay, no puede haber, proyecto democrático al margen de estos criterios reguladores de la vida pública. Nos guste o no, hoy son muchos los que en nuestro medio están dispuestos a renunciar a los principios democráticos con tal de tener asegurado el negocio. Quizá la democracia ha dejado de ser un valor para muchas personas y sectores sociales. Toca, aunque sea contracorriente, seguir afirmando su bondad, el valor siempre perfectible.

Nuestros políticos, gobierno y oposición, deberían de tener muy en cuenta estos valores y también las falencias que nos acompañan. La brecha social entre ricos y pobres sigue siendo grande; la distribución de la riqueza, de los bienes de producción y comercio, está concentrada en pocas manos; la violencia nos salpica con terca y enorme brutalidad; y, fruto de la polarización, podemos hipotecar, por reacción, nuestro siempre frágil sistema democrático. Ante la injusticia, la corrupción, la falta de fiscalización, el egoísmo de las clases dominantes o los excesos del poder, tenemos que seguir cuidando con ahínco la democracia. Sería terrible que las cifras de la corrupción dejasen pálidas a las de la inversión social, o que cayéramos en una corriente de corrupción encubierta que, poco a poco, nos alejara de la ética ciudadana y nos lanzara, por la fuerza del desencanto, a vivir cada uno pendiente.

Dicen que todos los caminos llevan a Roma... pero no todos conducen necesariamente a una democracia real. A los políticos se les pide no solo una conciencia clara, ser demócratas, una voluntad decidida de defender y promover la democracia, algo inseparable de la ética, de la cultura y la participación ciudadana.

Al final, cuando a nuestro alrededor fallan las personas, los medios, las promesas... hay que volver a lo fundamental, a los caminos del crecimiento ético.

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