Un año después de los hechos del 30 de septiembre en Quito, los ecuatorianos no saben si fue un episodio de opereta o un momento de peligro para la democracia de este país.
Ese presidente sobreactuado parecía una burda copia de viejos episodios, como ese gesto de abrirse la camisa de un manotazo para decirle a la Policía “mátenme”, o su gritería desde el balcón presidencial para dar cuenta del final de la tentativa de un golpe.
Como sucede en los países sometidos a una dictadura “la propaganda oficial no da tregua política a la nación”, anota Hoy, al dar cuenta del despliegue del Gobierno con cuñas de radio, cadenas, televisión, radio y periódicos públicos que pretendieron convertir una tragedia en épica, y a un Presidente imprudente y con arrestos escénicos en el héroe de una triste jornada.
A esta visión de la oposición, El Mercurio, de Cuenca, contrapone: “A pesar de constituir actitudes peligrosas, fueron la base heroica para la defensa in situ de la democracia del país”.
Entre esas dos versiones, el ecuatoriano desprevenido no sabe si en la Presidencia hay un héroe o un mal actor. En los medios de la oposición, la del 30 de septiembre fue una jornada de irresponsabilidad presidencial. Esa imprudencia daría lugar a las acciones en que murieron 12 personas y fueron heridas 200. ¿De qué triunfo se puede hablar?, preguntan las gentes del común y los columnistas.
Porque la respuesta se sabe, la prensa lo ha advertido, el Gobierno ha echado mano del poder mediático.
Pero esa operación le está saliendo cara al Gobierno: el ciudadano común se pregunta con desazón: ¿a qué tanta propaganda oficial, como si se tratara de vender o de esconder algo? Esto, unido a las informaciones sobre los negocios del hermano del Presidente aumenta el deterioro de la credibilidad presidencial.
Aquí los hechos y las acusaciones se vuelven preguntas: “¿Los jueces tendrán el equilibrio, desinterés y voluntad ética para contradecir las tesis oficiales?”¿Se respetan los derechos básicos? ¿Se siguen juicios para encarcelar y conseguir millonarias indemnizaciones? Es el intento de los periodistas de informar a pesar de todo, pero amparados en la fragilidad de un signo de interrogación.
Podrían decir que los jueces no tienen libertad para fallar en derecho o parecen no tenerla, que los medios sienten que sus derechos y los de la población a una información libre son derechos bajo amenaza, o que la hostilidad contra la prensa manifestada en el juicio contra El Universo intimida a todos.
Pero es peligroso decirlo así, en términos directos y francos; por eso la prensa, intimidada, se está limitando a preguntar, porque no la convence la propaganda omnipresente sobre el triunfo de la democracia en Ecuador.