Según las fuentes de Internet, el placebo es una sustancia farmacológica que se administra a los enfermos para lograr un efecto positivo. Dicho de otro modo, se trata de una especie de medicamento simulado que busca hacer creer al enfermo que está tomando una medicina de verdad. Así el enfermo, fundamentalmente por un efecto psicológico, según tengo entendido, se entusiasma con una posible curación gracias a la medicina placebo y, generalmente, sus condiciones médicas mejoran. Una página web por ejemplo (www.definicionabc.com) afirma que “En otras palabras, el placebo suele administrarse como un tipo de medicación específica cuando en realidad su composición no supone ningún tipo de cura o alteración al organismo. Ante la creencia de la persona de que está recibiendo la medicación apropiada, el placebo puede servir para generar cambios en la salud que se vinculan con el accionar del cerebro y de la conciencia sobre la propia enfermedad.”
Creo que se puede sostener que en Ecuador desgraciadamente experimentamos una especie de democracia placebo. Estamos bajo la ilusión farmacológica y publicitaria de que vivimos en una sucursal del Edén, de que el paraíso está a la vuelta de la esquina, de que al final del arco iris vamos a encontrar la felicidad más absoluta y el remedio de todos nuestros crónicos males. Diluido el efecto placebo, sin embargo, la realidad es otra, inclemente y a ratos desalmada. Pasado el momento placebo, el chuchaqui de la vida misma muestra sus colmillos.
Mientras el sistema constitucional proclama con alegría que tenemos derecho a expresarnos y a informarnos libremente, se reprime y se fustiga cualquier opinión o cualquier información que se resista o que ponga en juicio los dogmas oficiales. Pobre del que dude que el 30 de septiembre se produjo un golpe de Estado de proporciones casi bíblicas, fraguado en las más altas esferas de los maléficos imperios e implementado por los más oscuros intereses. Ay (ayayay) del que ose siquiera dudar de los monumentales avances en materia educativa -de la educación de calidad y calidez- y de los progresos de vanguardia en salud. Pobrecito el que tenga la audacia de alzar la mano y considerar que aliarnos con Irán y con Libia quizá no sea tan buena idea.
Vivimos también una suerte de efecto placebo petrolero. Creemos a pie juntillas que la economía marcha bien y que hay cierta estabilidad, mientras el precio del petróleo no caiga. Dependemos del petróleo como el toxicómano depende de las drogas. Si al drogadicto le quitan la cocaína, se chifla. Si a nosotros nos baja el precio del petróleo, tendremos que salir a pedir limosna. Regale para un pan.