De acuerdo con Linz y Stepan, una democracia se consolida cuando se ha convertido, a través de un sistema de instituciones, reglas, incentivos y desincentivos, en “el único juego posible” (the only game in town), lo que entraña que nadie esté buscando cambiar el régimen por otro no democrático, que la mayoría de ciudadanos acepten a la democracia como la mejor forma de gobierno y que los principales órganos del Estado actúen de acuerdo con las instituciones democráticas. Es decir, cuando todos los actores juegan dentro del marco institucional democrático y no buscan vías no democráticas para lograr sus objetivos.
Hace 40 años, el 10 de agosto de 1979, luego de 9 años de dictaduras, se posesionó como presidente constitucional del Ecuador Jaime Roldós. En los años previos se había descubierto petróleo, pero también se había dado un proceso de endeudamiento agresivo que, si bien, por una parte, trajeron algo de modernización a un país mayoritariamente agrario y atrasado, por otra, lo sumió en una crisis económica recurrente que hasta hoy no logra superar.
La transición vino acompañada de una nueva Constitución que pretendía sentar las bases institucionales de un sistema político sólido y una Ley de Elecciones y Partidos Políticos cuyos fines eran fortalecer a estas organizaciones y garantizar su papel de representantes e intermediarios de la voluntad ciudadana frente al poder, pero que serían cambiadas a conveniencia de los actores políticos de turno apenas 4 años después, sucediéndose luego una serie interminable de reformas y dos nuevas constituciones. La última, a través de la creación de dos funciones adicionales y otras sutilezas, consagró un régimen autoritario con fachada democrática.
Así, la democracia nunca se consolidó y en estos momentos lo que en realidad vive Ecuador es una nueva transición, esta vez desde el autoritarismo competitivo de Rafael Correa hacia un tipo de régimen que no es fácil de desentrañar, porque si bien se han relajado ciertas restricciones a las libertades, sigue existiendo un entramado institucional que las pone en riesgo y un sistema económico precario. Además, la mayoría de ecuatorianos no está satisfecha con la democracia como concepto ni con sus resultados, prefiriendo, en muchos casos, gobernantes autoritarios y, por otro lado, entre los actores políticos y la élite intelectual aún hay quienes piensan que la democracia no es el “único juego posible” y que, para lograr sus objetivos, bien pueden soslayarla, como quienes defienden al Cpccs, por ejemplo.
40 años han transcurrido desde la posesión de Roldós, pero no de democracia, por lo que poco hay que celebrar, y si en algún momento queremos hacerlo, hay que ocuparse de los elementos que permitan su consolidación. Ojalá no transcurran 40 años más.