El triunfo del candidato republicano Donald Trump en las elecciones del pasado 8 de noviembre ha causado profunda conmoción a nivel mundial. Resulta difícil de comprender que una persona como Trump, después de haber dicho una serie de sandeces y no haber propuesto nada en concreto a lo largo de la campaña electoral, haya logrado la presidencia de los Estados Unidos.
Enganchándose de la corriente conservadora, retardataria y de ultraderecha que ha comenzado a tomar fuerza en Europa, Trump no tuvo contemplaciones con los inmigrantes, latinos, musulmanes, mujeres y personas con discapacidad. De igual modo, mostrando un populismo y nacionalismo nunca antes visto en los Estados Unidos, el candidato republicano ha cuestionado la globalización y el libre comercio, viendo como necesidad la implementación de medidas proteccionistas.
En efecto, ocurrió lo inesperado. Ganó un candidato que no brilla por sus valores, ideas y propuestas. La vulgaridad, intolerancia, ignorancia y volubilidad de Trump auguran una etapa oscura para los Estados Unidos y el mundo. Mucho más cuando se toma en cuenta que este país, luego de la Segunda Guerra Mundial, ha defendido un sistema internacional basado en los principios de la democracia, la cooperación y el respeto mutuo.
Sin embargo, el “gran mérito político” de Trump fue conectar con un electorado que fue hasta cierto punto ignorado por el “establishment” y la clase política en el poder. Es la América blanca, mayormente rural, de clase media y baja, sin mayor acceso a la formación universitaria y obreros desplazados por el proceso de deslocalización de la industria quiénes se dejaron llevar por la promesa de “hacer grande a los Estados Unidos de nuevo”.
Lo ocurrido en Norteamérica, en comparación a lo que está sucediendo en Europa, no sé si pueda definirse de manera categórica como crisis de la democracia o, más bien, como crisis de representación. Da la impresión que no es suficiente la existencia de elecciones cada cierto tiempo, del respecto de la norma y la existencia de instituciones sólidas e independientes.
Es como que el principio de construcción de la legitimidad de los gobernantes a partir de elecciones está siendo cuestionado al constatar que buena parte de las demandas de sectores importantes de la población finalmente no son atendidas. De ahí también surge ese rechazo a los políticos, los cuales ya no generan confianza. En el caso de los Estados Unidos, es curioso saber que un 60 por ciento de la población ve como necesario la existencia de un tercer partido. Es decir, hay cansancio tanto por demócratas como por republicanos.
Pese a este descontento con la democracia representativa no deja de llamar la atención esa identificación de la sociedad norteamericana con posturas machistas, racistas, misóginas y ultra conservadoras como las que ha propuesto Donald Trump.