Lo que ocurre en Venezuela y Argentina es consecuencia del renacimiento de los mandones arcaicos, singulares personajes que hicieron del Estado su feudo, del Derecho su voluntad de poder, y de las repúblicas una caricatura de democracia.
Parecía que el caudillismo era un fenómeno del siglo XIX, y que caudillos y mandones eran malos recuerdos, curiosidades políticas, arqueología. Pero no. A fines del siglo XX, emergió nuevamente la figura del redentor, del “padrecito”, y el coronel Chávez, en ropa de camuflge, comenzó su largo periplo en nombre de Bolívar, y fundó la versión remozada del socialismo, dotado ahora de los recursos del crudo. Renació con él la versión del hombre fuerte, de la voluntad de poder, de la democracia plebiscitaria. Parecía, en los primeros años de su revolución, que las tesis que cayeron con el muro de Berlín, habían encontrado su oportunidad, y que América Latina sería tierra fecunda para ensayar con éxito las recetas del fracaso comunista.
El peronismo, por su parte, que ya había demostrado increíble capacidad de sobrevivencia, probó nuevamente que sus tácticas y su discurso estaban intactos medio siglo después de la muerte del coronel. Y llegó la era “K “. Llegaron Él y después Ella, a la sombra de Perón y al amparo de Evita. Argentina probó que tenía incuestionable vocación por lo arcaico, y que la pasión por sus caudillos estaba latente bajo las débiles instituciones democráticas.
Los caudillos, al estilo de sus antecesores, se convencieron de su eternidad, y creyeron que el poder se hereda, que es patrimonio de familias, cortesanos y vinculados, y que las repúblicas son feudo. Los caudillos volvieron por los fueros nacionalistas, y se olvidaron de las instituciones, de economía y de la prudencia. La quiebra llegó, y con ella, los descalabros. Y los caudillos empezaron a sentir que sus proyectos son transitorios, que las monedas se devalúan, y que las expropiaciones, las tonterías ideológicas y los discursos de barricada, pasan la cuenta.
Y llegó la hora de los sustos, la búsqueda de culpables, la desesperación porque el poder se acaba. Y llegó la hora en que lo eterno y soberbio de sus revoluciones anuncia su fin y deja ver la cruda verdad: la caricatura de repúblicas escondidas tras la parafernalia y los discursos. Y deja ver lo increíble: el Estado con las mayores reservas petroleras del mundo incapaz de dar seguridad, comida y medicina a su pueblo; el poder acumulado, inútil al tiempo de servir. Y los mandones arcaicos, empeñándose en negar la verdad y en encontrar enemigos en todas partes.
Venezuela y Argentina son dos ejemplos de la misma receta, dos versiones del retorno al pasado, al tiempo de los caudillos. Los mandones arcaicos llegaron con anuncios de gloria y redención, y empiezan la retirada, entre el estrépito de sus fracasos.