No se puede definir de otra manera al sistema en el que habiéndose pronunciado la mayoría de votantes a favor de un determinado grupo político, este acceda a un número menor de escaños que sus oponentes. Tan especial matemática electoral ha tenido lugar en Venezuela, en donde las normas electorales han sido diseñadas para que de antemano exista un ganador, el oficialismo, que a través de este ejercicio ha pretendido maquillar la verdadera realidad. En efecto, en el país llanero lo que existe es un Gobierno carente de todo signo demócrata, que no habla de vencer al oponente sino de sepultarlo, denigrarlo, negarlo, restarle toda legitimidad. En un combate desigual, en el que el autoritario Mandatario ha contado con la maquinaria estatal a su favor para hacer proselitismo, la oposición ha logrado arrebatarle la hegemonía de la que gozaba a causa de un error de cálculo imperdonable, lo que le permitió legislar a sus anchas durante estos últimos cinco años. Por las adversidades que debieron enfrentar el triunfo debe saber más dulce, pero el verdadero desafío recién se presenta.
En primer lugar habrá que ver qué clase de artimañas usa el Ejecutivo para intentar poner cortapisas a la oposición, en el tiempo que falta para que se instale la nueva asamblea. No hay que desestimar la capacidad de acción de un Gobierno que no se detendrá ante nada para intentar neutralizar a los nuevos legisladores, más aún si sus atribuciones en el órgano legislativo no son muy amplias. La oposición, si no actúa en forma inteligente, corre el riesgo que se le endose la ineficacia de un ente legislativo enfrascado en disputas que poco o nada pueden interesar a las clases más desposeídas.
También habrá que tener en cuenta que la advertencia dirigida a los totalitarios en las urnas hará que estos reaccionen ante el riesgo que, en el mediano plazo, la frustración y el deterioro de la calidad de vida vayan minando el respaldo construido a fuerza de un gasto desorbitado. Si a este dispendio sumamos esa actitud provocadora y exacerbada que ha arrojado como resultado una polarización que ha fraccionado al país, estos 12 años se asemejan a una página propia de una tragedia que pone al frente la tarea de volver a edificar todo desde los inicios. Esos son los desafíos que tendrá que enfrentar una oposición que aún debe transitar por un largo camino, para reinstalar a Venezuela en la senda del respeto a la institucionalidad y a los principios fundamentales de convivencia.
Lo anterior hace avizorar que el trayecto no luce para nada fácil. No existe espacio para las equivocaciones y el campo de acción es bastante estrecho. Cuentan a su haber con un pueblo fatigado de la vocinglería populista, pero eso nada significará si es que no trazan con seguridad y cautela un proyecto adecuado, que permita que en un futuro cercano Venezuela reencuentre la senda del progreso en un ambiente de libertad y verdadera democracia.