Entre la demagogia y la eficacia

El principal malestar en la democracia latinoamericana es la incapacidad de los gobiernos de administrar con eficacia los grandes problemas como la pobreza, el desempleo, la migración, la inseguridad y otros. Hay una tendencia a sepultar la urgencia de estos temas con un discurso altanero y prepotente que requiere reinventar permanentemente enemigos con los que distraer la tarea central de todo gobierno: administrar la cosa pública con severidad y rigor. Cuando se haga la “arqueología política” de nuestro tiempo en varios países emergerá con claridad cómo desde el discurso millones de seres humanos fueron engañados y sus problemas agravados al tiempo de demostrar cómo la ausencia de una educación rigurosa en todos los niveles ha privado de un sentido crítico en los momentos de votación. Muchos harán trabajos de disertación doctoral sobre la demagogia y el discurso incendiario como mecanismo distractivo y simulador de la tarea de gobernar.

No se pueden hacer ambas cosas al mismo tiempo. La labor administrativa requiere un rigor y tiempo que no se compadece con la virulencia de la retórica de muchos gobernantes”. Y digo correctamente: forma, porque el fondo, lo que impacta, lo que importa o lo que trasciende jamás puede ser corregido desde una retórica que se solaza en atacar a quien se le ponga en frente con el solo propósito de demostrar su absoluta carencia de capacidad gubernamental. Los tiempos de la burocracia son siempre lentos en cualquier parte del mundo y la necesidad de construir consensos es la única manera en que se pueden proyectar planes a largo plazo. No existe opción más que el diálogo fructífero que culmina en el consenso como un mecanismo previo para hacer “la revolución” que en el caso latinoamericano y después de 200 años debe significar un claro compromiso con la reducción de las inequidades y de los angustiantes niveles de pobreza. No es con repartir dádivas insostenibles como vamos a contar menos pobres. Es sí con planes “aburridos y de largo plazo” como se sacan a millones de esa condición y se basamenta la estructura de naciones más justas y equitativas. Esa es la explicación porqué los países ricos como los Escandinavos o Suiza son “tan aburridos”. Mientras el sainete democrático solo sirva para distraer y levantar titulares en los medios, no vamos a ver mejores resultados a corto plazo. Al contrario, aumentarán las inequidades, la pobreza o la delincuencia como lo prueban los números en Venezuela o Nicaragua.

Requerimos con urgencia estadistas con rigor y seriedad y menos demagogos que han convertido el verbo en fuego y persecución que solo espera el tiempo para volverse contra ellos y justificar la eterna caminata en círculos de muchos países de nuestra América Latina.

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