La Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe responde al delirio anti-Estados Unidos de Hugo Chávez, en idénticos términos a los que hace medio siglo planteó Cuba, aunque con características muy distin-tas.
En primer lugar, Estados Unidos ya no es la potencia imperial que fue durante aquellos años feroces de la Guerra Fría y nadie se acuerda tampoco del macartismo como expresión fanatizada de un anticomunismo ramplón y empecinado. Por otra parte, hace mucho que Cuba dejó de ser una amenaza subversiva en América Latina.
Mientras tanto, la dramática encrucijada que en los años cincuenta había obligado a los latinoamericanos a debatirse entre las dos únicas opciones políticas posibles del momento, democracia o dictadura, pasó a ser durante los años sesenta y setenta una disyuntiva dis-tinta, aunque de carácter igualmente agónico, democracia de origen liberal o revolución socialista a la cubana. Superados este y otros desafíos pareci-dos, pongamos por caso, la pavorosa aplicación de la llamada doctrina de Seguridad Nacional en el sur del continente o las guerras de Nicaragua y El Salvador, el dilema evolucionó favorablemente hacia la búsqueda de una intersección de caminos que resultasen mucho menos escabrosos. En gran medida, esa fue la razón de ser de las Cumbres Iberoamericanos.
En segundo lugar, porque en lugar de ser una acción individual como la de Fidel Castro en 1959, empeño desesperado que apenas tres años más tarde lo llevó incluso al extremo de colocar al mundo al borde de una heca-tombe nuclear, Hugo Chávez ha creído posible aprovechar la ventaja com-parativa que le ofrece la inmensa riqueza petrolera y financiera de Vene-zuela para promover la construcción pacífica de un espacio latinoamericano cada día más socialista, en el marco estratégico que representa un gradual distanciamiento político de Washington. Esa es su concepción de la guerra anti imperialista por otros medios.
En tercer lugar, que son muy pocos los miembros de la CELAC que estén dispuestos a acompañar a Chávez en su delirante aventura antiimperialista. Peor aún para su proyecto, la mayoría de los gobiernos de la región son democráticos, todos tratan de mantener las mejores relaciones posibles con Washington y muchos de ellos persiguen el ambicioso objetivo de concretar algún acuerdo de libre comercio con Estados Unidos. Se resisten, pues, a integrarse en mecanismos rojos rojitos abiertamente imaginativos, como el ALBA, pero se hacen los bobos ante Chávez y compañía, para poder pa-sar por alto los objetivos políticos de estos afanes en apariencia integracio-nistas, tal como ha venido haciendo Juan Manuel Santos desde que asumió la Presidencia de Colombia.
La única y pragmática intención de esta ambi-güedad más o menos a escala continental se fundamenta en la conveniencia de aprovechar cualquier oportunidad de acercarse a Chávez para adelantar alianzas económicas, comerciales y aduaneras con Venezuela y con otros miembros de organismos de integración subregional en plena decadencia estos días, precisamente por culpa de Chávez, como la Comunidad Andina de Naciones y el MERCOSUR. No se trata, pues, de una auténtica iniciati-va latinoamericana entre iguales para alcanzar juntos una meta de bienestar colectivo, sino de un descarnado oportunismo comercial y nada más.
En cuarto lugar, que Chávez no ignora en absoluto las dobleces y disimu-los de este equívoco del sí acudo al llamado de Chávez pero no comparto su proyecto político, y los asume de muy buen grado porque tanta “inocen-te” complicidad le permite, uno, legitimar el supuesto carácter democrático de su gobierno; dos, fortalecer su imagen de beligerante líder latinoamericano, a pesar de lo poco democrático de su gestión; y por último, contribuir, por la vía de su continuo contrabando ideológico y de la complicidad interesada de muchos gobiernos de la región que se creen más listos que él, a fomentar en América Latina intereses políticos que no son exclusivamente contrarios a los intereses de Estados Unidos, sino que tam-bién apuntan, y mucho, a futuros y grandes cambios en el proceso político latinoamericano.
No es posible anticipar el desenlace de esta Comunidad que acaba de nacer. Lo más probable es que se diluya en la niebla de otros impulsos parecidos, el Grupo de Río, por ejemplo. Sin embargo, una cosa sí queda clara. En esta ocasión el motor promotor de la iniciativa es la confrontación venidera entre el delirio antiimperialista de Chávez y la débil resistencia de gobiernos que aspiran a ser cada día más tecnocráticos y menos políticos. Un factor que, sin duda alguna, le brinda a Chávez la ventaja inicial.
El Nacional, Caracas, GDA