Resulta ridículo ver a algunos histriónicos personajes de la política contemporánea vociferando contra el nuevo gobierno de Paraguay, un país que ha sufrido como ningún otro el abuso de sus vecinos, pero que también ha demostrado que tiene el honor que solo se consigue en los campos de batalla.
Los mismos personajes que reclaman por el intervencionismo de Estados Unidos en algunos países desgarrados por disputas políticas internas, ahora pretenden decir a los paraguayos lo que deben o no hacer con su futuro.
No conocen a Paraguay, una nación que se niega a continuar gobernada por un religioso díscolo que cometió imperdonables pecados en contra de los derechos humanos y no ha podido explicar la masacre de indefensos campesinos.
Es uno de los países más pobres de la región junto con Bolivia, pero fue uno de los que más vivió el esplendor de la Revolución Industrial. Hoy sería una potencia si es que no hubiese sufrido la denominada ‘Guerra de la Triple Alianza contra Paraguay’, auspiciada por Inglaterra y comandada por Argentina, Brasil y Uruguay.
Es cuestión de leer al gran escritor uruguayo Eduardo Galeano en ‘Las venas abiertas de América Latina’ para entender un poco más la historia. “Fue un genocidio en el que no dejaron piedra sobre piedra, ni habitantes varones entre los escombros”.
Aterricemos en nuestra realidad para entender esa transición que hace poco se produjo en ese país mediterráneo. Recordemos al diligente Congreso Nacional de 1997 cuando mediante una absurda resolución declaró loco al gobernante de entonces.
Y no fue solo ese error, tampoco permitieron que asuma el poder la vicepresidenta Rosalía Arteaga. ¿Podemos rasgarnos las vestiduras frente a una decisión soberana de un órgano legislativo paraguayo?
Es más fácil ver la paja en el ojo ajeno y armar toda clase de condenas contra el gobierno de Asunción sin entender su realidad.
Las pasiones políticas siempre desbordan la razón. Marginan a Paraguay del Mercosur sin pensar en el daño que pueden causar a su pueblo. Pero aparece triunfante la figura del caudillo venezolano porque ahora se le abrió la puerta para ingresar a ese bloque que fue creado con fines comerciales, no ideológicos.
La historia narra que el tratado que selló la Triple alianza fue suscripto el 10 de mayo de 1865. Argentina, Brasil y Uruguay tenían claro cómo repartirse el Paraguay, gobernado entonces por el dictador Francisco Solano López, un hecho que sirvió de pretexto para la desproporcionada invasión.
Que ni se les ocurra repartirse Paraguay. Su pueblo recobró la fe pese a la tragedia que mermó entonces su población y lo dejó completamente aislado. Necesitó más de un siglo para recuperarse, pero salió adelante como lo hará ahora pese a la prepotencia de los discursos políticos.