Es desconcertante vivir en un clima carente de valores morales que se proyecta desde las más importantes instituciones gubernamentales cuyos integrantes son, por su función y representatividad, los llamados a dar ejemplo de corrección.
El Ecuador ha tenido presidentes de diversa ideología que han destacado por su gestión honesta, por ejemplo Eloy Alfaro, Vicente Rocafuerte, Isidro Ayora, Galo Plaza, José María Velasco Ibarra, Camilo Ponce Enríquez, Clemente Yerovi, Oswaldo Hurtado, Rodrigo Borja y han establecido claras diferencias con otros mandatarios que mancillaron sus administraciones con sucesos turbios y apartados de la ética, agudizados, multiplicados y superados ampliamente por la mayor etapa de corrupción que ha azotado a nuestro país en los 14 años previos al gobierno actual.
El poder legislativo, que se preciaba de haber tenido diputados y senadores altamente representativos de distintas tendencias políticas: Juan Isaac Lovato, Carlos Julio Arosemena Monroy, Nina Pacari, René Maugé, Paco Moncayo, Ramiro Rivera, Oswaldo Molestina; Cecilia Calderón, Jaime Hurtado, Lourdes Tibán, entre muchos más y presidentes de la legislatura como Vicente Rocafuerte, José María Urbina, Juan León Mera, Alberto Acosta Soberón, Teodoro Maldonado Carbo, Carlos Julio Arosemena Tola , Carlos Andrade Marín, Remigio Crespo Toral, Raúl Clemente Huerta, Jorge Zavala Baquerizo, Wilfrido Lucero, Andrés Vallejo, José Cordero Acosta, Juan José Pons, Guillermo Landázuri, entre algunos de los más destacados; en la actualidad está integrado por muchos asambleístas que tienen glosas y deudas con la justicia y que anhelan conseguir, desde sus curules, el indulto a las sanciones que pesan sobre ellos y sus compañeros que perjudicaron al erario nacional y se enriquecieron ilícitamente. No piensan en el país, únicamente en su pequeño círculo, defienden a todos los deshonestos, hacen apología del robo, demuestran una ignorancia supina al no poder expresarse con claridad y al repletar sus notas y comunicaciones con frases llenas de faltas ortográficas. Se oponen con tozudez a los indispensables cambios de recuperación del calamitoso estado en que dejaron, como herencia, los socialistas del siglo XXI y no tienen remilgo alguno en buscar el caos y la acefalía nacional, ¡qué deterioro!
El desorden institucional, así creado, nos lleva a pensar que el país está fallido, que se deben elegir asambleístas en la segunda vuelta electoral para no engendrar, desde el inicio de la gestión gubernamental, una oposición legislativa tozuda e implacable; que se debe reducir el, cada vez más creciente, número de legisladores y encontrar la manera de escoger a los candidatos más idóneos con acervo cultural y moral comprobados, para evitar la confusión que origina la obstrucción ciega, apresurada, carente del mínimo análisis y discusión de los proyectos de ley que envía el Ejecutivo, como ordena la Constitución de la República.