La democracia como modelo de organización social, económica y política se halla en una encrucijada. Los vientos de totalitarismo percibimos en las esferas del poder global. Para unos se trata de una mutación profunda; para otros, los síntomas de un proceso de degradación del poder, que se lo ve más débil, limitado y transitorio.
En cualquiera de los escenarios hay una evidencia notoria: la precariedad institucional, que ha provocado reacciones en cadena en todo el sistema democrático. Y si las instituciones no funcionan o funcionan a medias, el Estado de derecho es una ficción o apariencia, mientras la mayoría de líderes no han logrado consolidar un proyecto político-económico ordenado a las leyes y a los planes de gobierno, porque lo que predomina es la incertidumbre.
¿Cuáles son las causas de esta debacle planetaria? La demolición de las estructuras tradicionales del poder tiene, según los países y regiones, diversas etiologías que, en su conjunto, han quebrado los principios básicos creados por el Barón de Montesquieu, padre de la división de poderes: ejecutivo, legislativo y judicial.
También es útil mencionar la crisis generalizada de los partidos políticos, que terminaron sin doctrina, en medio de fuerzas devoradoras a raíz de conflictos asimétricos, esclavizados por bandos que representan el interés particular y no el de los ciudadanos. La derecha perdió piso al haber sacramentado la libertad económica y política, y provocado desigualdades evidentes con aumento de la pobreza y las migraciones, y la izquierda que sostiene un discurso alegórico, con la mente en un Estado regalón, garante de derechos y no de responsabilidades, sin capacidades de financiamiento.
La degradación del poder tiene matices. El mundo global asiste a procesos hegemónicos caracterizados por totalitarismos, que encarnan guerras subyacentes, como la guerra comercial -la de los aranceles-; guerras militares focalizadas en el Medio Oriente, Ucrania y regiones de África; guerras de las mafias contra los Estados; guerras contra los migrantes ilegales; y, una guerra silenciosa -la digital- bajo la égida de las transnacionales tecnológicas, que ahora tienen poder político.
La lucha por el poder tiene entonces nuevos escenarios y protagonistas. La guerra, la política y la economía son nuevos frentes de batalla, donde la cultura, la religión y la filantropía -más los movimientos “woke”- quedan rezagados. En esa atmósfera, se espera que aparezca una nueva especie en el mundo económico: las “multinacionales de los países pobres”, para, supuestamente, balancear el poder de los multimillonarios que hoy ejercen el poder global. ¡Y una nueva ONU que sea UNO!