Entre mayo de 1929 y diciembre de 1931, los precios en el Ecuador cayeron en 44%, en lo que fue la peor deflación de nuestra historia republicana.
Hoy la situación es muy distinta, pero existe un peligro real de que el país entre en un proceso de reducción de precios (aunque en una escala mucho más moderada que hace 85 años) y, por lo tanto, se vuelve interesante revisar la historia.
El Banco Central del Ecuador se había fundado en agosto de 1927 y dos años más tarde, en 1929, el mundo entero entró en su peor depresión económica.
El pánico que desató esa crisis hizo que los inversionistas buscaran la seguridad de las monedas fuertes, lo que para el Ecuador significó que muchos dólares salieron del país.
Como en esa época teníamos un sistema de convertibilidad, el Banco Central estaba obligado a entregar un dólar a cualquier persona que le entregara cinco sucres.
El problema con ese sistema era que mientras más sucres se convertían en dólares, menos sucres existían en el sistema económico ecuatoriano.
Si a eso de suma que los precios de los bienes exportados cayeron todavía más que los precios de los bienes importados, resulta que teníamos una balanza comercial negativa, de manera que por ahí también salían divisas del país, pues -tanto en 1930 como en 1931- las importaciones superaron en al menos 25% a las exportaciones.
La salida de dólares produjo esta reducción de los sucres que circulaban en el sistema. Entre junio de 1929 y diciembre de 1931 el circulante (M2) cayó en 32%. Esa fuerte contracción fue, obviamente, la causa principal para la caída de los precios en ese período.
Las deflaciones son fenómenos complejos, que pueden producir daños a una economía. Cuando los precios caen, la pregunta que se puede hacer cualquier productor es ¿para qué producir, si cuando esté terminado el producto, valdrá menos que al iniciar el proceso?
Otro problema con las deflaciones es que, tarde o temprano, los ingresos también caen y eso vuelve más complejo el pago de préstamos o de cualquier tipo de obligaciones no indexadas con los precios.
Por todo esto, los primeros años de la década de los 30 fueron especialmente difíciles.
En palabras de la época, el Informe Anual del Banco Central de 1930 decía que “por la ‘crisis’ que aflige a la mayoría de los países del globo, han determinado un nuevo decaimiento en las actividades generales de la nación y son, otra vez, causa de inquietud y desconcierto para el provechoso desenvolvimiento de los negocios”.
La inestabilidad económica también se vio reflejada en inestabilidad política, cuando a mediados de 1931 don Isidro Ayora renunció a la Presidencia, para ser sucedido por Luis Larrea Alba, quien tres meses más tarde sería reemplazado por Alfredo Baquerizo Moreno.
Si llegamos a entrar en un proceso de deflación, afortunadamente, todo indica que será muchísimo menos grave que en 1931.