Durante un año, el Presidente de la República entregó el manejo económico a personas vinculadas con su antecesor. El resultado fue el esperado: mayor déficit fiscal y más deuda pública, incluso, sobre los límites legales.
Durante su primer año, las autoridades económicas pensaron que el Estado podía seguir generado empleo, invirtiendo en obra pública e inyectando liquidez en el mercado para impulsar el consumo. Para este fin sirvió el endeudamiento y una reforma tributaria que extrajo recursos del sector privado, el cual supuestamente iba a ser el motor del crecimiento económico.
Al cabo de un año, el balance económico deja un gran déficit en el manejo fiscal: el gasto público no se redujo, la deuda bordea los USD 59 000 millones y la brecha fiscal es una incógnita, aunque estaría entre 6 y 7%.
El descontrol de las finanzas públicas puede arruinar la leve mejoría que registran el crecimiento económico, el empleo adecuado y la recaudación de impuestos, aunque su desempeño responde al endeudamiento y al mejor escenario internacional para los productos de exportación, principalmente petróleo, banano y camarón.
Pero el ritmo de crecimiento de la deuda y del déficit fiscal es insostenible. De hecho, ya eran insostenibles un año atrás, pero el Presidente se enfocó en consolidar un poder político y mantuvo el socialismo del siglo XXI en materia económica.
Luego de un año, el Presidente se presenta como un socialista moderno, que quiere arreglar las finanzas públicas e impulsar la economía -ahora sí- desde el sector privado.
Y para sonar convincente entregó el Ministerio de Finanzas a un economista liberal. El objetivo es generar un ‘shock’ de confianza para atraer inversión privada y bajar el riesgo país, pues necesitará contratar nuevos créditos en las próximas semanas.
El manejo prudente de las cuentas fiscales, sin embargo, no es patrimonio de socialistas ni de liberales. Basta ver los ejemplos de Luis Arce en Bolivia, o de Alfredo Thorne en Perú.