Giovanni Sartori expuso hace algunos años, en un Congreso de Ciencias Políticas, acerca de la democracia y el buen gobierno. Afirmó, en sentido metafórico, que la democracia es una maquinaria, o una estructura institucional con un conjunto de operadores que son los elegidos y gobernantes. Cuando la maquinaria tiene problemas, atacamos únicamente a los maquinistas, pero omitimos al demos, o sea al pueblo o los ciudadanos. Añadiríamos en nuestro caso, desconocer las piezas de la maquinaria que no concuerdan con el requerimiento de una democracia eficiente. Tenemos un eje de la máquina (Constitución), lleno de adornos inútiles o infinitas promesas.
Mientras los dispositivos del sistema político que regulan los mecanismos de la gobernabilidad, o el engranaje del sistema electoral, sean disfuncionales y poco útiles, la maquinaria será ineficaz y sólo permanecerá atascada y con operadores en trifulca.
Pero no todo depende de la maquinaria y de los operadores de la misma. También cuentan los ciudadanos y electores, lo que en sociología se denomina capital social. Y es ahí, donde nos encontramos con un problema adicional. A pesar que en los procesos electorales todos lo elogian y miman, no necesariamente el demos está en condiciones de conducirse para que la maquinaria mejore en el rendimiento de la democracia. Con frecuencia se deja encantar por el halago, el regalo, el espectáculo o las promesas. Es que la pobreza consume ilusiones.
Sartori se preguntaba ¿cuánto sabe de los asuntos públicos la opinión pública? Y respondía que una montaña de datos evidenciaba apatía, subinformacion, y una distorsión perceptiva. Algo desolador: una completa ignorancia. Y eso no se repara sino se desarregla. Entonces, no solo que tenemos una maquinaria dañada con operadores con impericia, sino, además, un demos sin mayor lucidez ni horizonte. En las elecciones de febrero veremos si Sartori, en este caso, acierta en lo que dijo.