Desde comienzos del siglo se ha venido hablando de la decadencia del imperio norteamericano. Quienes así piensan, aducen que la derrota de los Estados Unidos en la guerra de Vietnam y el fracaso de sus intervenciones en Afganistán, Libia, Siria, Iraq e Irán debilitaron su poder, lo que saltó a la vista cuando Rusia, manu militari, tomó posesión de Crimea; añaden que la economía norteamericana, por otro lado, ha dejado de ser la más importante y dinámica y está cediendo su lugar al pujante desarrollo de China; y concluyen que, como resultado de la crisis militar y económica, el pueblo norteamericano está afectado por un sentimiento de decadencia.
Al constatar que las armas no son suficientes para ganar las guerras, el Pentágono elaboró una nueva doctrina militar basada en el reconocimiento del papel estratégico que juega la propaganda, en tanto en cuanto condiciona e influye en la opinión pública. Por eso, las intervenciones militares fueron presentadas como una “cruzada” en defensa de las libertades y los derechos humanos, cuyos “daños colaterales”, indeseados pero inevitables, -la tortura, la eliminación de determinadas personas- se pretendió explicar y justificar.
Los Estados Unidos han ido perdiendo la sensibilidad moral, como también lo demuestra el apoyo del 56% de su población al empleo de drones para aniquilar al terrorismo. Este panorama se ha complicado durante la presidencia de Trump cuyas decisiones frecuentemente parecen hacer caso omiso de la moral y de los valores democráticos. Sus excesos y carencias indujeron a algunos de sus más cercanos colaboradores a ocultarle documentos que, al ser firmados por el Presidente, hubieran irrogado perjuicios al país. Obama sentenció que tal proceder no corresponde a la tradición de la democracia norteamericana.
Más grave aún, los principios básicos de la democracia están siendo cuestionados porque, en el propio seno de las sociedades democráticas han surgido regímenes populistas que, llegados al poder, han puesto en práctica una doctrina totalitaria, igualmente desprovista de fundamentos éticos. Algunos piensan que la supervivencia de la democracia está en juego.
La decadencia de los imperios es un hecho confirmado por la historia. Sin embargo el estudio de las causas que inexorablemente operan para que así ocurra puede servir para contrarrestar esa tendencia. Todos cuantos han estudiado este fenómeno concuerdan en que la disolución de los principios éticos en una sociedad conduce a su decadencia. Vale recordar las sabias palabras de los historiadores Toynbee y Mommsen quienes, al analizar la vida y muerte del Imperio Romano concluyeron que el ocaso de los imperios llega cuando se debilitan las instituciones republicanas y se fortalece el poder de quienes las dirigen.
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