Los debates electorales constituyen una de las principales formas de comunicación en toda campaña política; son encuentros dialécticos que forman parte de la transmisión del mensaje político. Si se considera como campaña a las decisiones estratégicas para conseguir el voto de los ciudadanos, los debates, como parte integrante de ellas, persiguen, ante todo, alcanzar las máximas posibilidades de triunfo.
Ha comenzado en el país la campaña electoral con miras a la elección del Primer Mandatario. El ambiente político es confuso y contradictorio, en medio del bullicio de los preparativos para posicionar a los candidatos con sus expectativas electorales. En su mayoría, el posicionamiento se realiza a última hora, pues, con excepciones, son personajes desconocidos en el ambiente político, no poseen una identidad ni una “marca” que les distinga. No profesan una ideología clara, labrada en el bregar político, ni en el conocimiento de la realidad nacional, de su tejido histórico.
La celebración de debates electorales va unida a la información que circula en la campaña electoral, especialmente de la que proviene de las encuestas realizadas. Es la construcción del “clima de opinión” que constituye la principal materia prima para las expectativas electorales. Este será el que ofrezca pistas a partidos y candidatos sobre sus posibilidades de alcanzar buen desempeño en los debates.
La opinión ciudadana construida en el país a fuerza de golpes de efecto, acusaciones, divulgación de medias verdades o directamente con falsedades netas, ha radicado `por sobre todo en la exhibición de encuestas de dudosa credibilidad, diseñadas para atraer la atención y la voluntad de indecisos o calculadores que podrían, mediante estos engaños, engrosar las filas de los adeptos a tal o cual candidatura.
Ante la desinformación reinante, la tiranía de las redes sociales -ahora enriquecida por la Inteligencia Artificial– y la falta de propuestas digeribles que aventuran los candidatos, preocupados más por su imagen y la bufonería, los debates pasan a depender de los temas de análisis sobre los que se construyan a última hora las propuestas. Allí se verán los esfuerzos y habilidades para sortear buenas salidas en tiempos aptos para un concurso de agilidad mental. Es el escenario adecuado para las ofertas atractivas, vacías de contenido, carentes de un pensamiento que demuestre un compromiso convincente sobre el destino a forjar, desde el poder, para enrumbar por buen camino al país.
Los debates electorales se desarrollan con un formato en el que los temas se definen de antemano. De ahí la sensación de que resultan poco interesantes, carentes de un componente de contienda verdadera. Si la contienda queda excluida los debates se convierten en una sucesión de repeticiones monótonas y su autenticidad se resiente. Su aporte a la creación de nueva información para decidir el voto es escasa.
Será saludable reflexionar sobre la importancia de definir nuevos formatos para los debates, en los que los temas no tengan la inflexibilidad que obstaculiza la creatividad de los debatientes, y que permita escudriñar la verdadera posición del candidato hacia los temas que expresen sus prioridades y sus líneas rojas. Lo importante es discernir cuándo un candidato tiene las ideas claras y la brújula política bien orientada, y cuándo no. Puesto que los ciudadanos también disponemos de diferentes prioridades, lo ideal es que podamos alinearlas de forma más auténtica con el candidato más acorde con nuestro mundo interno.
Los problemas del país, a los que se enfrentará el binomio triunfador, son muy delicados y tienen que ver con la supervivencia de una sociedad inmersa en una frágil democracia, en una situación cada vez más injusta.