Rodrigo Albuja Chaves
Por un debate de altura
Nos hemos preguntado alguna vez si los debates entre candidatos presidenciales tienen alguna importancia? En un contexto de incertidumbre sobre los resultados de la segunda vuelta electoral, éstos cobran importancia por su repercusión en el electorado: una buena o mala actuación en un debate puede influir en el voto de los ciudadanos. Así lo demuestran los sorpresivos resultados de la primera vuelta electoral.
Los debates realizados en el país revelan que los candidatos otorgan importancia a “ganar” el debate desmontando el proyecto político del rival, antes que destacando sus propias virtudes y propuestas. Se esfuerzan por dar una imagen negativa del contrario con la agresividad verbal y la estrategia de ataque que, en opinión de Montolío, “es una falacia para crear ruido con la apariencia de un argumento, pero vacía de contenido útil para un debate".
Ganar un debate no es lo mismo que tener razón, ni perderlo es sinónimo de estar equivocado. Con mucha frecuencia, el que consigue imponerse es el más habilidoso, el más experimentado o el que tiene una personalidad más avasallante, a veces también el más audaz o el menos escrupuloso. De allí que Konrad Adenauer manifestara que “en política, lo importante no es tener razón, sino que se la den a uno”.
Vistas así las cosas, de la discusión y el debate no se esperarían nada bueno o útil. Se trataría de un enfrentamiento en el que, como tantas veces ocurre, impera la ley del más fuerte psicológicamente o dialécticamente. Sin embargo, son el terreno sobre el cual crece la democracia; constituyen el mejor antídoto contra la demagogia y el populismo.
Mejorar la calidad del próximo debate es una exigencia insoslayable. La confrontación de ideas debe estar sujeta a una verificación de la solidez de los argumentos utilizados por los candidatos. Su impacto sobre el auditorio resultará de la fuerza persuasiva de las palabras y de sus recursos discursivos.
El país requiere evaluar las propuestas de los candidatos, su argumentación y no sus promesas repetitivas, sin consistencia ni viabilidad. El debate no debe convertirse en un test de rapidez mental, con preguntas complejas y tiempos limitados. Los candidatos tienen derecho a explicar sus propuestas de una manera amplia y con el tiempo suficiente, en el marco de un contexto que evidencie las prioridades en función de la importancia y urgencia que otorguen a las acciones concretas a ejecutar en un período corto. La ausencia de algún tema en la propuesta es de responsabilidad del candidato, por convicción o por omisión, que el público sabrá evaluar.
Si el objetivo es elevar el nivel del debate, es importante contar como moderador con una personalidad de prestigio y respeto unánime; un rector de una universidad, por ejemplo, o un presidente de una de las academias científicas del país.