El hombre elefante, 1980. La película exuda humo, mugre, hedor, miseria. Atmósferas brumosas, artefactos extraños que provocan visiones pavorosas, personajes atormentados originan los ambientes donde se practicaban las cirugías en la época en que discurre la cinta que mundializó el nombre de David Lynch. Se ve a Frederick Treves –el cirujano que descubrió al hombre elefante en una feria– operando a un obrero, cerrando una herida con hierro al rojo vivo.
El hombre elefante exhibe una inmensa y deformada cabeza, extremidades retorcidas, nódulos y masas papilares “a modo de coliflor” esparcidos por todo el cuerpo, en su maxilar derecho flamea una masa de hueso… Lynch trabaja por primera vez en pantalla grande. Llega a sus manos la historia verdadera de un hombre cuya apariencia aterrorizaba. Acepta el reto. Es la historia de la dignidad y la ternura humana oculta en el cuerpo más deforme que acaso se tiene memoria. Cuando apareció este “fenómeno” corrían los años finales del siglo XIX, imperio de la era victoriana.
“¿Cuándo se cansará el corazón de latir?”
Los informes médicos establecen que este hombre exhibía señales de abuso extremo y estaba enfermo. Trasladado al hospital de Londres, empiezan a estudiarlo como a un espécimen de otros mundos o de uno al que nadie quiere pertenecer. Pero Joseph Merrick –el nombre del hombre elefante– no es un despojo o una materia repulsiva, es un ser humano delicado y sensible, de modales finos, que exhibe un talento especial. Y su obstinado silencio no es sino una máscara creada por su miedo a los demás.
Todo en el anfiteatro donde se efectúan las intervenciones quirúrgicas es un cúmulo de compartimentos y aparatos tétricos, iluminados con veladuras fantasmales, incluida la gigantesca caldera que luce como un instrumento de tortura. Purgatorio. Expiación. Tormento. Una aglomeración inusitada de médicos y estudiantes asiste a una conferencia de Treves –nuevo propietario del hombre elefante–, arden vetustas lámparas, mientras en las sombrías calles trabajan hombres jadeantes golpeando el empedrado con pesadas máquinas.
“Es cierto que mi forma es muy extraña,/ pero culparme por ello es culpar a Dios;/ si pudiera crearme a mí mismo de nuevo/ procuraría no fallar en complacerte”… “¿Él quiso venir al mundo?”, dice la enfermera jefa del hospital para que no se lo trate como a un animal. El hombre elefante es un proscrito de la humanidad. Erradicado de toda posibilidad de insertarse entre quienes se predican humanos pero que no merecen ese nombre. ¿Somos la peor invención de Dios?
La decoración para el filme permitió a Lynch filtrar un sonido acorde a la trama. Golpes ahogados y silbidos de vapores. Percusión de vientos cósmicos (las noches caen en el hospital con su lóbrega majestad). Pero hay otros sonidos que estremecen los filamentos más recónditos de nuestro ser. Voces que nos hablan al oído. Murmullos. Susurros. Respiraciones. Treves, insomne, se inquiere sobre su moral, expeliendo sonidos exasperantes.
Pero los sonidos más turbadores son los que manan del hombre elefante detrás de la improvisada capucha que le impusieron para que no asuste a la gente. Respiración anhelante, asmática, despavorida. Una música compuesta en compás de tres por cuatro deviene una espiral que ocupa un solo lugar que siempre está girando (la fatalidad del argumento). Un vals lerdo y lastimero fluye como un lamento, es el tema de este personaje.
Los valores intelectuales y humanos del hombre elefante convencen a todos. Débil y previendo su fin, resuelve vivir una postrera señal de humanidad asistiendo a una función teatral en la cual la actriz le dedica su actuación. Él acepta el homenaje de pie y recibe la ovación de una sociedad que siempre lo rehuyó. A su retorno al hospital se acuesta, como todos, consciente de que esa posición lo conducirá a la muerte.
Se ha repetido que El hombre elefante de Lynch es “el trabajo más convencional” de cuantos realizó y que este quiebre rompió su bizarra propuesta. A partir del siglo que vivimos, han proliferado pensadores que han rebatido estas críticas.
El legado de David Lynch: Twin Peaks, una de las mejores series de televisión realizadas hasta ahora. Carretera perdida, Terciopelo azul y Mulholland Drive, cintas de culto. Artista multidisciplinario, Lynch fue escritor, pintor, escultor, músico, publicista, autor de tiras cómicas, meditación trascendental… Cuidó con celo su vida íntima. Leyenda o no, se cuenta que nunca se desprendió de los versos de Joseph Merrick, junto a otros que fueron musitados el momento de su muerte, creyendo que eran leídos por su madre:
“¿Cuándo se cansará el río de correr bajo mi mirada?/ ¿Cuándo se cansará el viento de soplar sobre el cielo?/ ¿Cuándo se cansarán las nubes de pasar?/ ¿Cuándo se cansará el corazón de latir? ¿Cuándo?”