Lo que más llama la atención en las exhibiciones de danza folklórica es la gracia de sus ejecutantes. Y a veces también el colorido de los vestidos de los artistas. Pero lo que más debe valorarse es lo que de entrada no se ve: el esfuerzo de búsqueda, de investigación y rescate de la cultura del pueblo, que es la base del arte y la vida cotidiana.
Por eso, el homenaje a Virginia Rosero Verdesoto, fundadora y directora del Ballet Folklórico Nacional que lleva su nombre, debe centrarse fundamentalmente en su trabajo sostenido, persistente e imaginativo, orientado a descubrir los elementos de la identidad nacional, los modos de vida históricamente creados por la gente ecuatoriana, por relievar y desarrollar la riqueza humana de la excepcional diversidad de nuestro país.
Virginia Rosero ha sido observadora atenta, trabajadora imaginativa del arte, la cultura y la educación. Se ha dedicado fundamentalmente a llevar a la escena la cultura popular, que ha estudiado, ha redescubierto, pero sobre todo ha vivido, por décadas como maestra y artista, siempre reconocida como creadora u orientadora. Ha formado muchas generaciones de alumnas de colegio, pero sobre todo de jóvenes de ambos sexos que se han incorporado a su grupo artístico, no solo para distraer a los públicos, sino también para hacernos sentir más ecuatorianos a los compatriotas, para mostrar nuestra riqueza cultural a los extranjeros y para poner a nuestro pequeño Ecuador en el mapa del mundo.
Cuando se trata de destacar la obra de personas como Virginia, debemos pensar que detrás de cada minuto de presentación artística, hay horas de trabajo investigativo en el campo, es decir, en las aldeas, los barrios, los mercados, las fiestas, las iglesias y comedores populares. Hay también el gran esfuerzo de rescatar la música, los vestidos y costumbres, así como crear a partir de ello las coreografías, guiones y otros materiales necesarios. Esas tareas son complejas, son difíciles. Y muchas veces personas como Virginia las tienen que realizar solas, sin apoyo público ni privado.
Pero el ensayo y la presentación son, en cambio, actividades eminentemente colectivas. Por ello, el homenaje a la directora debe también extenderse a todos quienes han formato parte del grupo por décadas, hasta quienes ahora participan de él, con el mismo entusiasmo que hace cincuenta y un años.
El Ballet Nacional de Virginia Rosero ha realizado una labor enorme. Se ha presentado desde los escenarios mayores del país, hasta los pueblos más remotos. Ha llevado el arte ecuatoriano a las Américas, Europa, Asia y África. Siempre cosechando éxitos. Y seguro lo seguirá haciendo, porque un homenaje a Virginia no es retiro ni jubilación, sino un alto en un camino que va para adelante con la fuerza de la vida.