Como parte de la aguda crisis que no quiere ver, el Gobierno nos deja de herencia la consagración de la propaganda como instrumento supremo de la política. Bueno, no solo de la política pues la plata del petróleo sirvió para consolidar la ideología del mall y del consumo que es generada en el Imperio y que nos fue vendida acá con el rótulo de ‘milagro ecuatoriano’.
El milagro se evaporó cual otro sueño de perros, pero ya nadie duda de que todo es marketing. Y como todo se compra y se vende, la publicidad se ha convertido en el arte y la religión del siglo XXI, aquí y en la quebrada del ají. Productos de tocador, países y ciudades, pasos a desnivel, políticos de izquierda o derecha, vedettes y hasta pordioseros, todos tienen que saber venderse pues están obligados a tocar las fibras íntimas de sus posibles votantes o clientes.
Hace muchos años, en las clases de publicidad contaban el caso de dos mendigos ubicados en la acera de una gran ciudad con sendos cartelitos. En el uno se leía: “Una caridad para un pobre cieguito”. El otro, más ingenioso y creativo, declaraba: “Es primavera y estoy ciego”. No es difícil deducir cuál de los dos recogía más limosnas. Hoy, mirando a algunos países sudamericanos, se podría imaginar a un tercer hombre apostado más allá, con gafas ahumadas, un maletín ejecutivo abierto en el suelo y un letrero que diga: “Soy ministro de Finanzas y estoy ciego”.
¿Qué pasará?¿Algún comedido preguntará qué es lo que no puede ver y le explicará la maldición del petróleo y el despilfarro? ¿Cuántos pensarán ‘pobre señor’ y cuántos exclamarán ‘pobre país? Y si llega a cruzar por allí un directivo del FMI, ¿se conmoverá con el rótulo y entregará sin más un crédito de emergencia olvidando todas las ofensas que llegan del Sur, o mandará una misión para investigar por qué siguen gastando como ricos si se quedaron pobres?
A diferencia de los políticos que se niegan a ver la realidad para no asumir su responsabilidad, los ciegos de verdad merecen respeto; en especial, aquellos poetas que han cantado a la humanidad desde Homero hasta Borges, pasando por John Milton, autor de ‘El paraíso perdido’. Sin embargo, aquí calza mejor una estrofa que leí en el muro de la Alhambra, en mis tiempos de mochilero: ‘Dale limosna, mujer/ que no hay en la vida nada/ como la pena de ser/ ciego en Granada’.
Comparar estos limpios versos dedicados a una ciudad con la agringada campaña ‘All you need is Ecuador’ que vende nuestro país en el mundo, genera indignación pues este Gobierno gastó una millonada para adquirir los derechos de la trillada canción que Lennon escribió en 1967 para representar a la imperial Gran Bretaña.
Ese sería el verdadero milagro ecuatoriano: haber conseguido mezclar en el discurso del poder las canciones del Che Guevara con la persecución a los indios, los Beatles, el Papa, la mano dura, Guayasamín y Mónica Hernández, directora del Plan Familia. Aplausos.
pcuvi@elcomercio.org