Lo condenable de ayer se vuelve legítimo ahora; lo reprobable que llevó a la condena pública, ahora queda borrado en nombre de la honestidad. Gracias a la acogida de la voz presidencial en la decisión judicial, terminará parte de un oscuro período de nuestra vida pública, en que ya no sorprendía la compra de conciencias o la política reducida a intercambio de favores con bienes públicos. El Estado convertido en gran hacienda y principios torcidos. Sorprendente el silencio de los que ayer se indignaban de lo que hizo Dahik; es la magia del poder. Correa argumenta que Dahik es honesto, para volver inútil a la acusación. Los hechos dicen que ha sido honesto, en ciertas acepciones del término. A nivel público, no nos concierne la vida privada, Dahik parecía “recatado, decoroso” como dice el diccionario. Pero “probo, recto, honrado”, las otras acepciones, los hechos mostraron que no lo fue en todo. Sus primeras complicidades con Febres Cordero, reveladas en el juicio en el Congreso, dejan que desear, y los hechos que se le acusa fueron contundentes, imposible deshacer la acusación legal. Fue perseguido por Febres Cordero cuando se pelearon los compadres. Pero son cosas distintas. En justicia, está en juego un uso indebido de recursos públicos como propios, no enriquecimiento ilícito personal, para fines de su grupo o su política, por ejemplo para comprar una radio .
También personas honestas cometen faltas contra la honradez pública, sobre todo cuando pretenden encarnar una buena causa. La historia muestra que pasan por encima de leyes y principios por el proyecto; el bien supremo les permitiría usar medios no tan honestos. Estos permisos que las personas se dan adquieren más justificativos cuando creen que Dios está de su lado. Desde siempre personas honestas y creyentes en el poder han hecho cualquier cosa en nombre del “bien”; vuelven adaptables los valores cuando se unen convicciones de ser portadores de la buena vía y de la fe. Por algo las peores guerras fueron las de religión.
La corriente neoliberal de Dahik pretendía que la historia se acababa con ella; sus promotores se dieron razón y convicción, y en este caso también la fe, el futuro era suyo. Qué sorpresa que ahora los contrapuestos al neoliberalismo se encuentren, en los hechos y en el uso de los principios y el poder, al trocar ética pública por moral.
Es a la sociedad que cabe interrogar, ya que ha desistido de la crítica, ha mutado hacia el silencio y las ganas de olvido, no quiere asumir el pasado y se enamora del futuro sin juicio de inventario. Mas valdría no ver, que ver. La ética pública, la de los principios, requiere no de jueces supremos por encima de la legalidad, sino sanciones para los infractores, honestos o no. Prohibido olvidar.